El planteamiento aventurero es dinamitado premeditada e incansablemente por el humor típico de Will Ferrell.
¿Tiene sentido realizar la versión cinematográfica de una serie televisiva que casi nadie recuerda y que está lejos de despertar entusiasmo en quienes sí tienen memoria de ella? ¿Y gastarse en su producción cien millones de dólares? ¿Y estimar que pueda constituir un vehículo adecuado para que un cómico tan peculiar como Will Ferrell expanda sus registros? ¿Y plantearla como el posible inicio de una franquicia?
Puede que las reuniones entre ejecutivos de Universal Pictures que derivaron en un “sí” como respuesta a todas las anteriores preguntas, hayan sido lo más divertido de El mundo de los perdidos. Una de esas películas que, por lo demás, demuestran el límite de las ficciones comerciales en cuanto a lo que pueden exigir del espectador, especialmente en el terreno de lo estrafalario. Y resulta sorprendente que Hollywood no tenga conciencia de ese límite, considerando que títulos recientes que lo han traspasado como Howard el Pato (1986), El Gran Halcón (1991), Pluto Nash (2002) o Atrapado en un pirado (2008), han demostrado de sobra en taquilla el escaso tirón de este tipo de mezclas sobredimensionadas de humor marciano e irónico con otros géneros tratados con nostalgia, que El mundo de los perdidos lleva al extremo.
En efecto, la nueva propuesta del director Brad Silberling —cuya filmografía previa no es precisamente ortodoxa, lo que suponemos influyó en que fuera elegido: Casper (1995), Ciudad de Ángeles (1998), El compromiso (2002), Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket (2004), Dame diez razones (2006) — es en esencia una puesta al día de Viaje al Centro de la Tierra, protagonizada por un paleontólogo caído en desgracia (Ferrell) que, gracias a uno de sus inventos no reconocidos, se ve trasladado con dos improvisados compañeros de viaje a un universo paralelo al nuestro, donde se topará con tiranosaurios, hombres primitivos y misteriosas criaturas decididas a conquistar la Tierra, mientras busca la forma de regresar a nuestra realidad.
Pero este planteamiento aventurero (desarrollado, todo hay que decirlo, con escaso dominio del género) se ve dinamitado de continuo por el humor infantiloide y absurdo típico de Will Ferrell, así como por una mirada sumamente distanciada sobre la serie original y lo pulp. El visionado de la película deviene así de lo más desconcertante, pues apenas se ha sumido uno en los escenarios o diversas situaciones con verdadera atmósfera, una sorpresa extemporánea o un golpe cómico echan por tierra la ilusión cinematográfica.
Quién sabe si esa era la intención de Silberling y Ferrell. A veces funciona, casi siempre provoca indiferencia. En cualquier caso, una producción más modesta y un tono más ajustado hubieran incidido en un mejor recibimiento por parte de crítica y público, que al menos en Estados Unidos ha sido gélido.