Este fin de semana de agosto ha sido importante para los cinéfilos. Por una parte, James Cameron enseñaba quince minutos de su esperadísimo Avatar, próxima a estrenarse en diciembre y que promete una revolución en el uso del cine digital y el 3D. Por otra, el realizador danés Lars Von Trier estrenaba Anticristo, su nueva película. Ambas cintas son magníficas para comprobar cuáles son los caminos del séptimo arte en este comienzo de siglo, una vez superados sus cien años de existencia.
En el avance de Avatar, asistimos asombrados a un espectáculo total de imaginación y tecnología al servicio del espectador. Una producción de más de trescientos millones de dólares que ocupará nuestras vidas y conversaciones en los próximos meses. Una manera de entender el cine como espectáculo y como negocio. En la proyección de Anticristo participamos de la exploración de un realizador en los laberintos más oscuros de la naturaleza humana. Cameron asombra, Trier inquieta. Son dos modos de hacer cine, el norteamericano y el europeo, el basado en la producción y el centrado en la dirección, que no debemos despreciar en ningún caso. Forman la riqueza de este arte.
Si evitamos las excentricidades y personalidad del director danés, cuya difusión no causan ningún bien a la estimación de su talento, Anticristo es perfecta continuación del progreso de su obra. Reúne parte de la teatralidad del díptico Dogville (2003) - Manderlay (2005) y la exarcebación de las emociones femeninas tocadas en Rompiendo las olas (1996) y Bailar en la oscuridad (2000). En esta ocasión, dos únicos personajes sin nombre y tres localizaciones (dos interiores y una exterior) nos trasladan una compleja y honda reflexión acerca de lo enfermizo e inquietante de la naturaleza humana.
Utilizando la profesión de él (Willem Dafoe), terapeuta, y el dolor de ella (Charlotte Gainsburg), el realizador escarba en la conexión humana con el mundo natural. Somos la única especie consciente de su existencia, lo que nos separa indefectiblemente del resto, pero aún así nuestro ser primigenio está estrechamente vinculado a la Naturaleza: también causamos vida y muerte. La terapia que el protagonista aplica a su pareja no sigue las tesis freudianas. Él explora las causas de su miedo hasta que encuentra una atávica vinculación con el entorno que le rodea y lo que representa, un bosque preñado de vida y muerte como origen y fin de toda existencia. Ella ha entrado en extraña comunión con ese entorno que, lejos de percibirlo en clave primaveral y bucólica, lo hace en sentido totalmente contrario.
No sólo la gravedad y complejidad del tema es reseñable. Trier, como no podía ser de otro modo, certifica las fases del miedo humano con unas imágenes inquietantes, imborrables, oníricas. Dotado de un profundo conocimiento de la dramaturgia, divide el relato en cinco episodios separados por un titular y voz en off, como viene siendo habitual en sus últimas obras. El prólogo y el epílogo están rodados de modo similar, casi en blanco y negro, a cámara lenta y resueltos por montaje, ofreciendo una apertura y cierre esclarecedores. En ambos casos duran lo que la interpretación del Laschia ch'io piango de la ópera Rinaldo de Händel. Los capítulos interiores narran el progresivo deterioro de la protagonista a través de las inquietantes imágenes de sus recuerdos, pensamientos y sueños conforme avanza la terapia. Estas recreaciones son el auténtico hallazgo del film y donde Trier muestra su maestría en el uso de la iluminación, el encuadre, el tiempo narrativo, la fotografía y la puesta en escena.
Trier no sólo es un virtuoso del cine. Ha demostrado ser un director de casting soberbio. Ya en la elección de la cantante Björk demostró una innegable capacidad para adecuar actores a personajes. En este caso no ha sido menos. La elección de Dafoe es no sólo acertada, sino que multiplica las aristas del personaje en el rostro labrado y el extraordinario trabajo que siempre ofrece el norteamericano. Lo de Gainsburg ha sido una apuesta a la que ha tocado el premio gordo. La inglesa de origen francés aquí no interpreta, se transfigura.