En comparación con su predecesora, esta secuela adolece de falta de espontaneidad y de autenticidad.
Tony Jaa vuelve a protagonizar la continuación de aquella modesta cinta de artes marciales que le diera a conocer en 2003, aunque sólo la presencia del actor tailandés en esta teórica secuela justifica que se haya vuelto a emplear el nombre de Ong bak, ya que pocos puntos en común pueden encontrarse entre las dos películas. Eso sí, ahora Jaa también codirige la cinta junto a Panna Rittikrai.
Ong bak 2 nos sitúa en la Tailandia del siglo XV para contarnos la historia de Tien, un niño cuya familia ha sido asesinada. El joven acaba en las crueles manos de unos comerciantes de esclavos, pero no tardará en hallar cobijo entre unos bandoleros de la montaña que lo acogerán e instruirán en las artes marciales.
La película se inscribe indudablemente dentro del cine de artes marciales, mostrándonos una simple historia de venganza acompañada de diálogos casi siempre rozando lo sonrojante –aun así bastante escasos, ya que abundan los silencios–, y donde la máxima importancia se otorga a las escenas de acción, que al fin y a la postre son los segmentos donde los aficionados a este género cinematográfico lo pasarán mejor.
En la filmación de las peleas es donde Tony Jaa se desenvuelve con soltura, ofreciendo el único atractivo real dentro de la trama. El actor se luce con sus golpes, técnicas y acrobacias, y se mueve como pez en el agua en las diversas coreografías implementadas en el metraje. Sin embargo, es de lamentar que Ong bak 2 sólo cuente con un par de esos momentos de mayor desenfreno belicoso y visual, navegando el resto del film entre lo plomizo y una estética irreal con aires videocliperos, todo ello dentro de un entorno bastante exótico.
En comparación con su predecesora, esta secuela adolece de falta de espontaneidad y de autenticidad, y su falta de ritmo en muchos momentos limita en exceso la posibilidad de entretenerse. Donde antes había persecuciones delirantes y una serie de combates a tener en cuenta, aquí apenas tenemos dos peleas logradas y una ambientación curiosa. Mención especial para una abrupta resolución que descoloca bastante (hay que verla y oírla para creerla).
En definitiva, queda la triste sensación final de que éste será un título sólo apreciable –y con reservas– por los amantes de productos como Thai dragon (Prachya Pinkaew, 2005) y similares.