Es difícil reseñar esta película sin vincularlo estrechamente a la vida privada y pública de su actor protagonista. No sólo porque su omnipresencia en las imágenes sean su principal valor y reclamo de taquilla, sino por las similitudes que se pueden encontrar entre la vida narrada en la pantalla y la del propio Ashton Kutcher. Por todo ello, tampoco es casualidad que el propio actor figure como auspiciador del proyecto desde la tarea de productor ejecutivo.
Kutcher es muy popular por varios motivos. Por ejemplo, por ser el creador y presentador durante cuatro temporadas de Punk´d un show televisivo en el que se le gastan bromas mediante cámara oculta a famosos del mundo del deporte, la música y Hollywood. También por ser el marido de Demi Moore, dieciséis años mayor que él. O por tener el usuario de Twitter más popular, con más de un millón de visitas superando incluso al de la CNN. O por conducir alguna temporada del Saturday Night Live. Pero sobre todo, por mantener una actitud muy poco glamourosa dentro del mundo de las estrellas de cine. Kutcher es desarreglado, gamberro, airea su vida privada con naturalidad mundana y se ríe de todo, incluso (bastante) de sí mismo.
Kutcher ha declarado que nunca llegará a ser un buen actor. Está en lo cierto, pero esa consciencia le honra. A cambio, ha prometido horas y horas de trabajo. En la cinta asistimos a la narración de las peripecias de un buscavidas que recién llegado a la ciudad, chulea a mujeres adineradas a cambio de favores sexuales. Una vez exprimido su potencial como amante para vivir a costa de las mujeres, se ve frente a un espejo al sentirse rechazado sistemáticamente por todos aquellos en los que confiaba y que ahora le dan la espalda tras comprobar su superficialidad como persona. Todo ello, además, subrayado al producirse en el momento en que encuentra a una chica de la que se enamora y que juega con él como lo haría él mismo con una de sus víctimas.
Sin llegar a la amargura de la excelente Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969), cinta con la guarda ciertas similitudes, American Playboy sorprende al dejar caer hacia el final de su proyección la voz en off de su personaje principal tiñendo de ocre y realidad el retrato del vividor feliz y despreocupado que hemos estado viendo. Disfrazada de comedia desenfadada y atrevida, su guionista hace buena la frase orteguiana: valemos lo que vale nuestro futuro. En pos de ese futuro aterrizan cada día en las grandes ciudades miles de personas atraídas por el brillo de sus fachadas. Y donde hace hincapié el film es ese punto de inflexión en que las luces ya no deslumbran y por fin, se ve. Y lo que se ve es toda la lucha a afrontar para hacer siquiera un pedazo de lo que se desea.