No pasará a la historia dentro de su categoría, pero al menos ofrece un entretenimiento digno para quienes se sientan atraídos por las historias con elementos fantasmagóricos.
Emily Jenkins (Renée Zellweger) es una trabajadora de servicios sociales encima de cuya mesa se acumulan muchos conflictos familiares en los que debe intervenir. El caso que hace treinta y nueve en su pila de tareas es el de Lilith Sullivan (Jodelle Ferland), una niña de diez años supuestamente maltratada por sus padres. Cuando los progenitores de la menor intenten matarla, Emily intervendrá y la acogerá en su casa hasta que se le encuentre un nuevo hogar. Sin embargo, detrás de toda esta historia se oculta un secreto que pondrá del revés el tranquilo mundo de la protagonista, y afectará irremediablemente a sus amigos y conocidos.
Expediente 39 se enmarca dentro del thriller de terror con elementos sobrenaturales –aunque al principio juegue al despiste, apuntando hacia la denuncia del maltrato infantil–, género que especialmente desde hace unos años intenta arrancar una buena ración de sustos a los espectadores de todo el mundo, sobre todo de la mano del director M. Night Shyamalan. La cinta que aquí nos ocupa, dirigida por el alemán Christian Alvart (que pronto estrenará también Pandorum), no pasará a la historia dentro de su categoría, pero al menos ofrece un entretenimiento digno para quienes se sientan atraídos por las historias con elementos fantasmagóricos y toques ocultistas.
Hay que advertir que pese a ello no deja de ser bastante convencional, ya que se desarrolla dentro de los linderos típicos de esta serie de producciones, predominando además una vertiente pausada que a ratos roza el tedio, principalmente durante la tal vez excesivamente alargada puesta en marcha del argumento.
Pese a su previsibilidad, se sustenta en dos protagonistas eficaces. Renée Zellweger, alejada de los registros de comedia, se esfuerza por hacer creíble su papel sin desentonar con el tono oscuro de la trama. Por su parte, la niña Jodelle Ferland borda un papel que se fundamente en su estoicismo, pero también en algunos cambios de estado de ánimo que acaban por inquietar al espectador.
Por dejar constancia de lo más destacable, digamos que hay un par de escenas impactantes –una de las cuales viene protagonizada por unas avispas no demasiado amistosas– que hacen remontar el vuelo de lo que estamos viendo en la pantalla. En el lado opuesto, y aunque no se recurre a los sustos telegrafiados por la música y subidas de volumen, hay que quejarse de los numerosos sobresaltos con que indudablemente se pretende provocar un infarto al público, en vez de apoyar el terror en su aspecto psicológico.