Nos referíamos la semana pasada a la importancia que tienen -o deberían tener, a pesar de que espectáculos huecos no los necesiten- los personajes, y se ganan capítulo aparte los que pueblan la pequeña pantalla a propósito de la época dorada que se dice viven las series televisivas. El eterno debate de si el momento actual ha inclinado la balanza series-de-tv/cine a favor de la primera (haciendo que estas vivan su momento dorado mientras se dice el cine se ha vuelto rutinario), nos deja un tipo de producto que por su propia naturaleza engrandece a sus protagonistas.
Ahí, al revés que en el cine, hablamos de propuestas que han de alargar metraje, que han de cumplir con un número de episodios cuando no de temporadas precontratadas, y eso da margen a los guionistas para desarrollar las vidas de quienes ocupan la pantalla. Si estos guionistas son avezados y tienen el suficiente talento, harán que muchos planos vayan formando de manera progresiva a personas de celuloide a las que será más fácil entender de una forma global, que darán más peso a cada una de las cosas que les toca vivir y que cargarán de emotividad y significado determinadas escenas que de otra manera no tendrían más sentido o emoción que la que lograra la banda sonora.
Observando un ejemplo perfecto como es Lost (Perdidos), prototipo de entre las propuestas USA de nivel, ésta y su combinación de flashbacks y división de todo episodio en dos planos temporales, busca en todo momento esa situación: explicar el porqué de la naturaleza de cada uno, justificar sus reacciones y emociones. Así al final da con seres con una psicología completa, que hace que cuando deciden en contra de lo que podría dictar el sentido común, cuando muestran inusual arrojo o inexplicable cobardía, sea por cosas de un pasado al que hemos atendido previamente.
Otras como 24 pueden llegar ahí a partir de la acumulación de episodios y temporadas en que los hechos se suceden a un ritmo espídico, y que en su caso fundamentalmente nos dejan a la figura de un Jack Bauer eternamente maltratado, cuya heroicidad crece hasta extremos difícilmente comparables por todo lo que sabemos que ha vivido, por todas las ingratitudes con las que le han pagado por sus servicios al país, y por todas las traiciones que ha encajado con apenas mascullar entre dientes sus “dammit”, tirando de coraza para encerrar su dolor en una agridulce sensación de deber cumplido.
Estas son las cosas que hacen que en determinado momento le veamos mirar semiausente y entendamos los diablos con los que lucha en su interior, más por acumulación de vivencias que por la construcción de personajes que antes describíamos en Perdidos.
Si estos son algunos de los motivos que han engrandecido a las series, también es justo recordar sus defectos (algo que no nos aleja del objeto de este artículo, sino todo lo contrario). El mismo tiempo que se les concede para recrear tramas interesantes y variadas entre giros de guión y golpes de efecto (es decir historias) se convierte en su condena cuando con todo suficientemente bien atado y con protagonistas definidos, el tiempo y la necesidad de acumular nuevos episodios o temporadas aparecen como una imposición contractual propia de los buenos resultados. Esto en última instancia obliga prácticamente a que haya malos resultados para finiquitar algunas series: de lo contrario deben continuar indefinidamente, haciendo sobreesfuerzos para mantener el nivel (algo sorprendentemente bien llevado en las temporadas de 24) que no siempre es posible a pesar de todas las inversiones realizadas (y ahí posiblemente habría que mencionar a una de las más vistas, Heroes).
En estos casos, las contradicciones argumentales propias de esos excesivos golpes de efecto, llevan a vivir demasiadas cosas que desdibujan y acaban por golpear a la serie al emborronar la coherencia de sus personajes, obligados tan pronto a estar en un bando como en otro, cuando no a participar de tramas ocultas para sorprender al espectador al final del episodio. Es por ello que regularmente surgen rumores de retirar a Kiefer Sutherland de 24, habiéndose especulado incluso con ceder el relevo del protagonismo a otro agente que no ha sido posible hasta la fecha por el carisma que se ha ido ganando con los años. Kiefer ha logrado sobrevivir a las peripecias de guión a base de explotar todos sus registros y tirar de simbiosis con el personaje y su dolor, pero sobre todo por hacer que el infierno constante que vive se perciba en cada una de sus arrugas, dando algo de credibilidad a lo que en otro caso sería inverosímil.
O, volviendo a Perdidos, esta es la razón por la que la serie limitó el número de temporadas que en muchos tramos -y para el propio equipo creativo- habría agradecido menos recorrido en que seguir arrastrando la trama. Afortunadamente, tirando de cinismo, burlas y personajes anonadados por lo que maquinaban los propios guionistas la serie ha mantenido el tipo. Reforzaban así ese vínculo con el espectador cuya consecución es su principal cometido.