Con un poco más de tijera en la sala de montaje podríamos estar hablando de uno de los títulos destacados del año.
Viendo la cantidad de veces que el nombre de Judd Apatow aparece en cualquier guía del cine actual que se precie, parecería que el norteamericano factura películas a un ritmo endiablado, cuando la realidad es bien distinta: hasta ahora el realizador sólo se ha puesto detrás de las cámaras en tres largometrajes: Virgen a los 40 (2005), Lío embarazoso (2007) y el título que nos ocupa en esta reseña.
Sin embargo, si apellido Apatow se ha convertido en sinónimo de la Nueva Comedia Americana a lo largo del último lustro es gracias a su implicación en los guiones o la producción de títulos como Supersalidos (Greg Mottola) Paso de ti (Nicholas Stoller), Superfumados (David Gordon Green) o Año uno (Harold Ramis), filmes todos ellos que no contienen elementos tan apreciables como los que se pueden hallar en aquéllos donde el director de Hazme reír asume la responsabilidad total, denotando además que Apatow se reserva para sí mismo las historias más jugosas, rehuyendo en el fondo –aunque no en la forma– del humor tosco y grosero al que se entregan las demás.
En Hazme reír presenciamos la reacción del cómico George Simmons (Adam Sandler) a la noticia de que le queda poco tiempo de vida, ya que padece una variante de leucemia. Mientras vaga sin rumbo, melancólico y haciéndose a la idea de que pronto dejará este mundo, se cruza con Ira (Seth Rogen), un monologuista del montón a quien convertirá en una especie de asistente personal.
Pese a que haya un cierto tono de comedia que sobrevuela todo el metraje –amplificado en las diversas escenas donde presenciamos la escenificación de varias actuaciones de ambos protagonistas, abundantemente trufados de referencias sexuales y escatológicas–, lo cierto es que en esta tercera película Judd Apatow se arriesga y prefiere entregarse a la sutil reflexión sobre lo que significa ser alguien de éxito (con todo lo que ello conlleva a nivel personal: logros, amoríos, reconocimiento social...), qué cosas son las que de verdad aportan significado a nuestra existencia, y cómo la vida puede llevarte por caminos que no tenías planeados.
Esta mirada agridulce a la profesión de cómico no lograría ni la mitad de su efecto de no ser por las interpretaciones de un Adam Sandler más comedido que nunca, y a un Seth Rogen cuya progresión como actor es admirable, y que tras la mencionada Lío embarazoso o Hacemos una porno (Kevin Smith) nos ofrece un nuevo recital de cómo ser tremendamente humorístico sin parecer desesperado por provocar la risa.
La propuesta queda así configurada como una tragicomedia por lo general impredecible, cuyo ritmo va perdiendo empuje a medida que trascurren los minutos, cerrando algunas puertas para centrarse en la inevitable relación amorosa que desvirtúa el resultado final. Eso desemboca en una historia que, pese a no resultar pesada, sí que obviamente acaba excesivamente larga (140 minutos siempre ha sido la duración perfecta para los blockbusters veraniegos y los dramones candidatos a los Oscars, no para una comedia). Una mayor concisión hubiera aumentado varios puntos su calificación final, en su lugar sus momentos destacables se diluyen entre otros más prescindibles.
Como apunte final, se han cuidado detalles como los cameos de gente como los músicos Eminem o James Taylor, o también todo lo referente a la carrera cinematográfica del protagonista (carteles de sus películas, las escenas sueltas que se van insertando aquí y allá...). Con un poco más de tijera en la sala de montaje podríamos estar hablando de uno de los títulos destacados del año.