Frozen River ha sido una de las cintas más premiadas en el último año en los festivales de cine independiente. Su repercusión alcanzó incluso a la última gala de los Óscar, donde acreditó las nominaciones al Mejor Guión Original y a la Mejor Actriz. Debemos señalar la auténtica independencia de la cinta, completamente ajena a la moderna etiqueta indie con que se tilda a cualquier producción que cuente con un presupuesto pequeño y no lleve estrellas de primer nivel en su reparto, aunque esté auspiciada por compañías que no son otra cosa que filiales de las grandes productoras orientadas a crear este tipo de productos.
En la producción del film que nos ocupa no aparece ni una sola gran compañía exceptuando la distribución, donde ya pujaron los grandes tras el rosario de premios conseguido. Hasta entonces, el proyecto echó a andar con un presupuesto escuálido, bastantes actores primerizos, una sola cámara y veinticuatro días de rodaje bajo cero. Gran parte de su buen resultado se debe a tres factores: el talento de su directora y guionista, Courtney Hunt; la predisposición, generosidad y fe en el proyecto de su protagonista, Melissa Leo; y la hospitalidad de Plattsburgh, ciudad en el estado de New York junto a la frontera canadiense que termina erigiéndose como un personaje más de la historia.
El descomunal frío de Plattsburgh sirve como metáfora de la narración, una muestra sistemática de la congelación que sufren las relaciones humanas en pos el egoísmo más devastador: desconfianza, rencor, desapego, violencia... algo que entronca el film con la excelente Aflicción (Paul Schrader, 1997), auténtico catálogo de la desolación humana. En este entorno, Ray es incapaz de encontrar apoyo para salir de su situación económica y emocional y, por si fuera poco, se ve envuelta en un delito de inmigración ilegal al que ha sido forzada tras el robo de su coche por parte de Lila (Misty Upham), una india Mohawk en situación parecida.
A pesar de lo abominable que le parece, Ray ve una salida en el dinero fácil de este tráfico humano a traves del helado río Hudson. Ser blanca es un salvoconducto para evitar el control policial en el territorio Mohawk donde se realiza el contrabando de personas, formando pareja de nuevo con Lila hasta que reúna el dinero que necesita. Sin mediar apenas palabras, entre ambas mujeres se crea un vínculo, una corriente subterránea de calor frente al helado panorama vital que acecha a ambas.
La gran brillantez del guión de Hunt hace que asistamos a los hechos sin derivar en ningún momento hacia el melodrama televisivo o el sentimentalismo fácil. La frialdad llega no sólo mediante la fotografía, si no que los personajes están construidos acorde a esa falta de emociones que se les atribuye. Otra virtud de Hunt como guionista está en hacer avanzar la narración gracias a los hechos, sin apenas diálogos ni retórica que subraye lo que el espectador deduce del visionado. Melissa Leo, por su parte, construye con gran veracidad la mezcla de fragilidad y fortaleza que su personaje demuestra en la situación en la que se encuentra.
Asistimos pues a un negativo de Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991), no sólo por el cambio de los cálidos desiertos y colores del sur nortemericano por los helados paisajes del norte fronterizo, si no por asumir que la afirmación femenina no llega emulando las formas dominantes de lo masculino que se rechaza, si no por la asunción de lo femenino como fuerza infalible de la unidad familiar ante la pérdida de responsabilidad del hombre en estos ámbitos.