La historia no constituye únicamente un pretexto para la sucesión de asesinatos extravagantes, sino que abraza la intriga en torno a la identidad del psicópata.
El año pasado, el periodista y sociólogo Malcolm Gladwell nos descubrió que son necesarias diez mil horas para aspirar a desarrollar con maestría cualquier actividad. Pasado ese límite, puede considerarse que quien la ejerce domina sus claves hasta el punto de alcanzar la excelencia.
Claro, no es lo mismo consagrar diez mil horas a la cirugía cardiovascular que a edificar castillos de naipes. Y Patrick Lussier, director de San Valentín Sangriento 3D, lleva toda su carrera haciendo esto último; sacando adelante películas basadas en materiales de derribo o reciclados tantas veces que han perdido cualquier cualidad revulsiva —secuelas, remakes, secuelas de remakes, secuelas que también son remakes—, con lo que ello acarrea en términos de competencia… y limitaciones.
En cualquier caso, Lussier, cuya filmografía detallamos a propósito de White Noise 2: La Luz, ha devenido un valor fiable para la industria del cine, como confirman esos rumores que le ligan al tercer episodio de la renacida saga Halloween, una vez ha agotado cuanto tenía que decir el “autor” de los dos primeros, Rob Zombie.
San Valentín Sangriento 3D es otra muestra de la aptitud con que Lussier acomete sus deberes, tanto a nivel narrativo como de puesta en escena. Se trata de una nueva versión del título homónimo realizado en 1981 por George Mihalka, adaptada como es costumbre en los últimos tiempos a un sector demográfico (aún) más joven que el que disfrutó hace treinta años de una auténtica catarata de “películas de hachazos”.
Lussier sale bien parado en varios frentes. Para empezar, la historia del joven heredero de una mina clausurada —debido a un accidente y una posterior matanza— que pretende deshacerse del negocio, no se constituye únicamente en sucesión de asesinatos extravagantes (aunque, por fortuna, no falta la carnaza); sino que incluye un triángulo sentimental y la subsiguiente incertidumbre en torno a la identidad del psicópata, lo que añade intriga al simple voyeurismo sádico.
Por otro lado, la violencia gráfica de San Valentín Sangriento 3D es mayor de lo previsible dados los destinatarios adolescentes a que nos referíamos, y las tres dimensiones refuerzan el desagrado con acierto. Posiblemente, uno de los momentos ya más memorables de 2009 —y de la historia del 3D— sea el de esa mandíbula arrancada de cuajo con un pico y arrojada contra el espectador, entre otros no menos viscerales.
Son aspectos que brindan un indudable encanto a lo que no es, por lo demás, “nada del otro mundo” (Josep Parera). Podría deducirse, a partir del insuficiente con que calificamos San Valentín Sangriento 3D, que no nos hallamos sino ante un subproducto de terror sin más objetivo que el mercenario de obtener beneficios económicos. Y, sin dejar de ser eso cierto, en nuestra opinión cuatro puntos de nota son muchos teniendo en cuenta de donde partíamos. Es probable que Lussier nunca erija castillos de naipes más altos, pero no lo pretende; y eso le hace más recomendable que aquellos otros obstinados en construirlos de diez plantas sin saber poner en pie ni una carta.