De un director tan aséptico a la par que eficaz como Michael Apted no se podía esperar menos que una obra tan aséptica y eficaz como pueda ser Amazing Grace. Aséptica porque su dicción narrativa sólo logra alzarse a ras de suelo y defrauda cuando pretende que el espectador eche a volar. Eficaz porque su poderosa historia se vale por sí misma y los actores que la interpretan pueden con todo el peso cinematográfico de la obra.
Todoterreno donde los haya, Apted puede presumir de haberse atrevido con una aventura de James Bond (El mundo nunca es suficiente), la recordada biografía sobre Diane Fossey (Gorilas en la niebla), algún que otro thriller contemporáneo (Medidas desesperadas), de contar con algún clásico en su haber (Gorky park) e incluso de estar dirigiendo actualmente el nuevo cuento episódico de Las crónicas de Narnia. Ahora nos trae su última aventura rodada, un biopic político que relata el debate que se abrió a principios del siglo XVIII sobre la validez del esclavismo. El proyecto le fue encomendado hace dos años para la conmemoración del 200 aniversario de la ley que prohibía el comercio de esclavos en Gran Bretaña.
Así nos lleva a la época del Gran Imperio Británico, y nos presenta a William Wilberforce, un joven espiritual que consigue un puesto en la Cámara de los Comunes. El Primer Ministro le anima a defender la causa de la abolición de la esclavitud, pero Wilberforce duda si seguir con su carrera política o dedicarse a su fe cristiana. Tras conversar con John Newton, un antiguo comerciante de esclavos que busca limpiar su culpa en el seno de la Iglesia, William decide entregar el resto de su vida a la lucha por la igualdad.
Apted ha rodado un melodrama de época que convierte a sus protagonistas en adalides de la política moderna. “Quise dirigir un largometraje que mostrara lo heroica y relevante que puede ser la política” sentencia el realizador. En este sentido, no se le puede negar su pericia para construir el proceso sociopolítico por el que tuvo que lidiar Wilberforce para conseguir la abolición de la ley esclavista. A través de un conglomerado de personajes, se descubren los desequilibrios de un periodo en que mística y vida pública se tornaban las bruces y los ejes comerciales británicos izaban las banderas.
En todo filme de época británico que se precie, además, es regla de oro encontrar un diseño de vestuario, unas localizaciones y una dirección artística de impecable factura. Amazing grace no es la excepción pero lo que merece todos los elogios es el concurso de sus actores. Una colección de nombres british que merece honores, los justifica en pantalla, y hacen que la función, por momentos teatralizada, adquiera una categoría mayor. Ahí cuenta con unos irreconocibles Rufus Sewell, Youssou n’Dour –toda una sorpresa pese a su corta intervención-, unos impagables Michel Gambon y Albert Finney, y un protagonista que hace olvidar su encarnación del gerifalte de Los 4 fantásticos, conformando un excelente plantel.
Con todo, y pese a su indudable interés histórico, nos hallamos delante de un filme de dramatismo inerte, rodado según los cánones más académicos que construyen una obra completamente deslucida y carente de toda emoción posible, pese a su ambición de convertirse en un documento reconciliador con la historia. Llena de grandes intenciones, plagada de estupendos cimientos, Amazing grace acaba por tambalearse en la frialdad de la indiferencia.