Let’s get lost nació de la admiración del fotógrafo Bruce Weber por el trompetista e intérprete de jazz Chet Baker, y lo que en principio estaba destinado a ser una sesión fotográfica, se convirtió en un cortometraje de tres minutos. De ahí, Weber comprendió que no era suficiente sino que aquella pieza tenía que convertirse en algo más grande hasta que lo llevó a este documento de dos horas exactas que hipnotizan y envuelven. Cosechando todo tipo de elogios en festivales internacionales, incluyendo la nominación al Oscar al mejor documental, logró estrenar la cinta en 1988. Apenas un año después, Baker se arrojó por la ventana de un hotel en Amsterdam.
Si bien el filme se nutría de una de las últimas giras de Baker, éste aparece en el ocaso de sus días mintiendo, bebiendo, fumando, besando y hablando de sus drogadicciones. Partiendo de un impagable material de archivo, entramos en una vida caleidoscópica, marcada por sinuosas líneas de trompeta y evocadoras notas románticas que acentúan el carácter trágico de su vida. Todo queda perfectamente esbozado, su juventud, su fragilidad, su magnetismo, su pesadumbre o su inquietud taciturna.
Fascinante y conmovedora, la partitura fílmica con la que deleita Weber contribuye a engrosar, si cabe, el mito. Supone un torrente de entrevistas y declaraciones, inundadas de un atmosférico blanco y negro, que parece contagiarse de la elegancia de Baker, de su música y de su siniestra existencia. Sus melodías acompasan a los personajes que le rodean. Asistimos a un desfile biográfico por el que transitan sus mujeres, sus hijos, sus amigos, sus colegas y admiradores para construir una partitura jazzística excepcional.
De manera quirúrgica, el espectador alcanza a entender la percepción de un personaje hundido en la melancolía de sus azares, en la tristeza de sus composiciones y en la oscuridad de su propia mente. Let’s get lost supone un retrato único basado en la absoluta improvisación de una sesión de música que vislumbra instantáneas repletas de las luces y las sombras de este icono del jazz.
Lo mejor de Weber en todo caso es que logra una obra que traza un perfil humano con arrebatadora sinceridad, un retrato que estremece y que muestra el camino minado por el que cualquier celebridad acaba pisando.