Intento de desmarcarse de tendencias y de modelos narrativos más comerciales, un relato de espías diferente a lo que suele verse en el cine.
Tras la fallida Hipnos (2004), David Carreras se embarca en su segundo largometraje para ilustrar un thriller de espionaje protagonizado por Michael Roddick (Tobias Moretti), un espía de la antigua República Federal Alemana que, tras fracasar en su más reciente misión, toma la decisión de desaparecer del mapa, arrastrando consigo a Elena (Marta Etura), hija de una espía rusa muerta en extrañas circunstancias. Ambos se reinstalan en Barcelona intentando huir del pasado, pero hay viejos compañeros de Roddick que quieren rematar algunas cuentas pendientes que hay entre ellos desde hace un par de décadas.
Basada en la novela Flores negras para Michael Roddick, obra de Daniel Vázquez Sallés, el filme que aquí nos ocupa apuesta por un género no demasiado transitado dentro de la cinematografía hispana, algo en principio elogiable. Tampoco el aspecto visual de Flores negras se corresponde con lo que viene siendo habitual en la piel de toro –hay predominio del gris y de la fotografía degradada–, resultando a la postre uno de los puntos más atractivos de la producción. Tal vez tenga algo que ver la participación como países coproductores de Austria y Alemania.
Pero ante todo lo que hay que destacar es la buena labor del equipo actoral de la película (minada en demasiadas escenas por el doblaje, como suele pasar en este tipo de producciones a varias bandas). A los dos intérpretes mencionados arriba hay que añadir el siempre interesante Eduard Fernández, y otros nombres como Maximilian Schell o Maria Grazia Cucinotta. Juntos componen un relato que juega a ser lánguido y desapasionado, siendo dicha cualidad su mayor virtud durante el arranque de la trama, pero también su gran defecto a medida que nos aproximamos a la resolución, ya que acaban pesando sus aires reflexivos y echándose en falta algo más de ritmo, elemento siempre presente en este tipo de cintas.
Por añadidura, la supuesta tensión creciente en el desarrollo del argumento –una serie de secretos que van a ser desvelados paulatinamente al espectador– no se ha acabado de trabajar del todo, y es inevitable preguntarnos desde la butaca si era necesaria tanta parsimonia (apenas hay momentos de acción), o si para este viaje se necesitaban tantas alforjas: se rozan las dos horas de una duración claramente estirada.
Pese a todo, queda un loable intento por desmarcarse de tendencias y de modelos narrativos más comerciales, y un relato de espías muy diferente a lo que suele verse en el cine.