Campanella y Darín abrazan todos y cada uno de los peores tics asociados por muchos espectadores españoles al cine argentino.
En ocasiones, para ser del todo honesto consigo mismo, al crítico no le corresponde la misión de analizar y valorar el cine. Sino la de dar cuenta de sus muchos prejuicios, cuya descripción puede ayudar más que un texto supuestamente objetivo a que el lector deduzca entre líneas el verdadero valor de la película reseñada.
Es el caso de El secreto de sus ojos, cuarta colaboración tras El hijo de la novia, El mismo amor, la misma lluvia y Luna de Avellaneda entre el director argentino Juan José Campanella y su compatriota el actor Ricardo Darín. Una película que nos apetecía ver leído el entusiasta recibimiento que se le ha dispensado en el Festival de San Sebastián.
No faltan razones para el aplauso: este thriller tragicómico, basado en una novela de Eduardo Sacheri, sobre un funcionario judicial jubilado que desentierra un caso inconcluso de su juventud con un afán tan vindicativo para con la víctima como con su propio pasado, está realizado con suma corrección y hasta ambicioso virtuosismo por Campanella; su nivel interpretativo raya a gran altura; cuenta con el apoyo inestimable de una bellísima banda sonora compuesta por Federico Jusid; y no pocos momentos sacuden la conciencia del espectador por sus reflexiones implícitas en torno al peso del ayer (político y personal), la justicia y la venganza, y las paradojas del amor como ilusión y motor vital.
Sin embargo, y aquí arranca nuestro rosario de prejuicios cegadores, El secreto de sus ojos abraza todos y cada uno de los peores tics asociados por muchos espectadores españoles al cine argentino (Antonio José Navarro y Óscar Pablos nos han descubierto que hay otro cine argentino, como hay otros cines iberoamericanos; aunque no tengan ninguna repercusión mediática). Tics que han llevado, sin ir más lejos, a que una amiga exclamase hace pocos días frente a una marquesina que exhibía el cartel de la película: “¡Odio el cine argentino! ¡No puedo ver a Ricardo Darín!”
Y es que el cine oficialista realizado en aquellas latitudes que tan bien ejemplifica El secreto de sus ojos (co-producida, no es casualidad, por un representante del cine asimismo oficialista facturado en nuestro país, Gerardo Herrero), acaba arruinando muchas de sus posibilidades en función de su aburguesado público potencial. Al cual parecen seguir encandilándole el trascendentalismo lapidario, el sentimentalismo ramplón, un costumbrismo afectado que torpedea el ritmo de la intriga… demasiados ismos que estiran el metraje de la película hasta unos muy tediosos ciento treinta minutos, cuando podrían haber sido noventa de haber aplicado Campanella a la narración una depuración lacónica a lo hermanos Coen.
Claro, que entonces no estaríamos hablando de cine argentino. Perdón, del cine argentino tal y como lo conciben Campanella y Darín.