Steven Soderbergh y Matt Damon han demostrado una versatilidad inusual, cada uno en su ámbito, la realización y la interpretación respectivamente. Mientras que Soderbergh parece que es capaz de manejar cualquier género que se le antoje, Damon ha superado esa imagen de eterno adolescente que arrastraba y ha creado personajes que han ido desde la inquietud hasta la simpatía. Por eso, la unión de ambos tras otras colaboraciones anteriores en ¡El soplón! no podía ser menos que afortunada.
Ya desde su título original (o desde su traducción a nuestro idioma), el signo de exclamación supone toda una declaración de intenciones. Si bien los temas que baraja la cinta no hacen gracia alguna (fraudes empresariales, corrupción y sobornos e intrigas corporativas), Soderbergh ha perfilado el retrato de un hombre peculiar, Marc Whitacre, con una insólita afición descontrolada y enfermiza a la mentira y a la estafa que le llevó a colaborar con el FBI, además de ser posteriormente encarcelado.
Whitacre es un tipo multifacético a quien el espectador va quitando caretas a medida que avanza su metraje. Su voz en off retumba durante todo el filme, permitiendo la entrada en la mente de su protagonista. Así, se revela paulatinamente los mundos divergentes, confusos y deformados que contiene, siempre con una tónica divertida hasta lo insólito y cercana a la sátira social que desarma al espectador. Lo que apunta como un dramático caso social sobre uno de esos sucesos que tanto gustan a la sociedad norteamericana acaba por convertirse en una farsa grácil que se mueve como pez en el agua por los parámetros de la ficción grotesca.
A Matt Damon le corresponde poner la guinda. Su interpretación refleja con precisión maestra la ambivalencia de Whitacre y matiza los trazos que podían haberse decantado por la locura o por lo ridículo. Sin embargo, parece haber entendido a la perfección la psicología de quien le brinda su rol.
Por supuesto, Soderbergh hace el resto. Una narrativa clásica subjetiva y una estética vintage (quizás un tanto forzada) son sus armas.
¡El soplón!, pues, es un puro divertimento de su realizador. Uno más a sumar a su lista de filmes que no se toman en serio a sí mismos y que en este caso forma una farsa sobre la mentira y el poder pero sin el menor atisbo de gravedad. No hay respuestas posibles con el protagonista, Soderbergh tampoco las busca. Sus pretensiones se limitan a plantear las preguntas pero sin querer ir más allá de ofrecer el puro y clásico cine de entretenimiento, homenajeando de paso, a las comedias de enredo de la época dorada del cine.