Enfrentados al visionado de Jennifer’s body, caben dos posturas antitéticas. La primera es la de considerar esta película como mero vehículo de lucimiento para la sensual Megan Fox, quien tras lucir palmito en la funcional Transformers y en el descalabro creativo que ha supuesto su secuela ha afirmado en varias ocasiones querer entregarse a un tipo de cine diametralmente opuesto al que ha logrado posicionarla como una de las estrellas más despampanantes del firmamento hollywoodiense actual.
Es de sabios mostrarse escéptico ante ese futurible giro que desea dar la actriz a su carrera, de ahí que sea lógico pensar que, al igual que su personaje en la película juega con el barman de un garito a “mírame a las tetas” para lograr unas bebidas alcohólicas, los productores de Jennifer’s body hayan apostado por la baza “mira a Megan” para atraer espectadores en masa a las salas de proyección y hacerles creer, embaucados, que han visto un producto insuperable.
La segunda postura que anunciábamos sería la de tomarse el título que aquí nos ocupa como una deconstrucción de las películas de terror ambientadas en los institutos norteamericanos, jugando con los lugares comunes del género pero añadiéndole unos toques de humor supuestamente agradecidos. Es decir, algo así como si se quisiera hacer un Arrástrame al infierno partiendo de Carrie (Brian De Palma, 1976).
La presencia en el guión de Diablo Cody (oscarizada escritora de Juno, así como de la serie United States of Tara) podía apuntar en la dirección sugerida por esta opción, y la realización de la impredecible Karyn Kusama –Aeon Flux, Girlfight– la confirmaría, dándonos a entender que tal vez en esta ocasión sí que podríamos asistir a un producto a tener en cuenta con el nombre de la señorita Fox en los créditos.
Sin embargo, acabemos pronto con las posibles ilusiones de más de uno. La influencia de Diablo Cody en la historia resulta bastante anecdótica, limitándose el argumento a una simple disputa entre una animadora cuyo espectacular cuerpo es poseído por un demonio –que al parecer pasaba por allí– y su mejor amiga desde la infancia, un patito feo interpretado por Amanda Seyfried y que, a la postre, resulta ser de lo más salvable de todo el metraje.
Como quiera que el demonio necesita matar para conservar su energía vital, la película gira en torno a la amenaza que supone la joven, empeñada en acabar con los compañeros de instituto con los que se va cruzando. Lástima que los primeros minutos de Jennifer’s body ya dejen intuir a las claras cómo terminará todo, porque lo cierto es que es justo durante el arranque de la misma cuando más frescura se respira, y cuando nos sumergimos en un ritmo bien logrado con la combinación de voz en off, flashbacks y unas cuantas imágenes rápidas para describir ciertas situaciones con cuatro pinceladas.
Transcurren los minutos y únicamente asistimos a una exhibición de las virtudes físicas de Megan Fox –hay quien se contentará con eso: mejor para ellos–, trufada de afirmaciones altaneras del estilo de “Soy una diosa”, o de quejas angustiosas como “¡Dios! ¡Parezco una chica normal!” Ah, también hay espacio para una buena dosis de frases sexualmente provocativas, de gestos picantes e incluso de tórridas escenas lésbicas. ¿Alguien duda todavía de en qué público potencial se estaba pensando cuando se dio luz verde a esta película?
Añadamos que en general predomina el aburrimiento –más allá del morbo con el que se juega casi constantemente–, y que para ser un film de miedo apenas existen momentos aterradores ni nada que se le parezca remotamente. En definitiva, nos hallamos ante cien minutos casi por completo al servicio del cuerpo de Megan Fox. Que nadie se llame a engaño.