Muchas mañanas tecleo la URL de Fan Digital con el temor de encontrar este titular en su portada. En mi caso, sería una de las peores noticias (ajena a mi familia y círculo de amistades) que podrían darme, como lo fueron la desaparición de Camilo José Cela, Fernando Fernán-Gómez o Antonio Vega, esa gente cuya afinidad a su obra hace que la incorpores a tu intimidad.

No quisiera hacer un obituario por adelantado, ni cantar los evidentes logros de un actor de una enorme dimensión. Pero siento la necesidad de hacerle una defensa cerrada ante el cúmulo de voces que señalan su decadencia como intérprete.

Posiblemente fue La chica del gánster (John McNaughton, 1993) la primera cinta donde el actor empezó a transformarse en lo que hoy es. De Niro intercambió con Bill Murray el rol de gángster escrito para él para encarnar a un modesto policía cuyo afable caracter hace que sus compañeros le apoden irónicamente mad dog (perro rabioso). El actor cuyo reconocido logro era haber fijado el esteretipo para interpretar a un personaje de psicología violenta, renunciaba a su propia creación para encarnar a un hombre normal, de la calle.

Ese intercambio no era un experimento. En su primera película como director ese mismo año, Una historia del Bronx, el italoamericano se reservó el papel de un modesto padre de familia y conductor de autobús que pretendía alejar a su hijo de las influencias mafiosas. Antes ya había declinado la oferta de su íntimo Martin Scorsese para interpretar al Hijo de Dios en La última tentación de Cristo (1988), pues si hay alguna virtud que adorna a este actor es la del sentido común.

Porque lo que asombroso en De Niro es que, a pesar de todo, sigue siendo un tío normal. Se le ve en las reuniones de padres del colegio de sus hijos o merendando en Central Park; o viniendo a España para presentar en galerías de arte la obra de su padre, fallecido pintor de prestigio, sin que la noticia trascienda más allá del círculo implicado.

Thelma Schoonmaker, montadora de todos los films de Scorsese y artífice de parte de sus logros como narrador, dijo que De Niro "...no tiene vanidad, y por eso puede conseguir como intérprete lo que otros son incapaces." Quizá por eso no conceda muchas entrevistas, nunca ejerza de estrella, se ponga muy nervioso cuando le conceden un Óscar, o conteste ambiguamente cuando le preguntan sobre sus gustos.

El actor más imitado quizá muera sin que recordemos que fundó dos festivales de cine, una productora, una compañía multimedia, un instituto para el apoyo de proyectos de nuevos cineastas y dos salas de cine, casi todo bajo la denominación Tribeca (triangle below canal, el triángulo debajo de la calle canal, barrio de Manhattan donde reside).

Sí, es muy probable que para levantar estos proyectos De Niro haya aceptado muchos papeles meramente lucrativos y que su capacidad haya quedado mermada por el paso de los años y la falta de ambición de los proyectos que le ofrecen. Pero su calidad humana queda reforzada cuando lees que durante el rodaje de Un golpe maestro (Frank Oz, 2001), la que sería última cinta de Marlon Brando, el orondo actor de insufrible caracter no permitía que nadie le hablase ni diese instrucciones acerca de su trabajo excepto su amigo.

Hoy día, Bobby baraja entre diez y quince proyectos diferentes para los próximos dos años, incluso alguno como actor. Su torso ya no es tan erguido y su cabeza se hunde entre sus hombros. Le hemos visto caminar torpemente en su última película. Es probable que entre sus sueños de hombre vulgar esté el de dejar un legado que vaya más allá del brillo efímero de algunas secuencias. Quizá sea tal y como respondió tras un largo silencio a Quentin Tarantino despues de que el entonces novel director le rociara con cientos de alabanzas sobre su carrera:

- Pues creo que ya está todo dicho.