Un encadenado matemático de secuencias en las que cabe elogiar lo convincente del diseño de producción, la química entre los actores, y el timing cómico y referencial de gags y diálogos.
Como Stanley Phillips (John Cusack) y sus hijas en La vida sin Grace, las hermanas protagonistas de Bienvenidos a Zombieland, Little Rock (Abigail Breslin) y Wichita (Emma Stone), tan solo aspiran a visitar un parque de atracciones. Y sus compañeros forzosos de viaje por unos Estados Unidos plagados de muertos vivientes, Columbus (Jesse Eisenberg) y Tallahassee (Woody Harrelson), están asimismo obsesionados con el cumplimiento de objetivos escapistas: el primero sigue a rajatabla una serie de reglas para sobrevivir derivadas de su naturaleza neurótica, y el segundo sueña con encontrar un bollo Twinkie en buen estado.
La vida sin Grace era un drama realista. Bienvenidos a Zombieland, una hilarante comedia fantástica, con la que el director Ruben Fleischer y los guionistas Rhett Reese y Paul Wernick dan un salto a lo grande desde los productos televisivos más infames al cine. Pero ambas películas coinciden en obligar a sus personajes, reacios a cruzar el desierto de lo real —ese inhóspito lugar en el que no dejan de ocurrir cosas terribles que no podemos controlar ni maquillar: enfermedad, guerra, muerte, extinción, conciencia—, a topárselo de frente donde menos se lo esperaban: en los simulacros hedonistas, irónicos o infantiles donde han aprendido a refugiarse antes de que se produzca un Apocalipsis (tanto da si personal o colectivo) que, curiosamente, les servirá para redescubrirse como personas. Los protagonistas de la película, como Stanley en La vida sin Grace, no devienen huérfanos en Zombieland, como declara Columbus; ya lo eran de nuestro mundo.
Por ello, no es de extrañar que los abundantes frikis presentes en la última edición del Festival de Sitges, donde fue programado el film, coincidiesen en celebrar su mitad inicial, aquella en la que nos son presentados Wichita, Little Rock, Tallahassee y Columbus de manera espectacular e ingeniosa, mediante un encadenado matemático de secuencias en las que cabe elogiar lo convincente del diseño de producción, la química entre los actores, y el timing cómico y referencial de gags y diálogos. Los elogios se centraron en el carácter alternativo, incluso subversivo, que para ellos ostenta Bienvenidos a Zombieland durante esa parte del metraje, en contraste con la siguiente, más conformista.
Pero es precisamente en los minutos postreros, al calar las complicaciones anímicas en la situación y los personajes, cuando Bienvenidos a Zombieland lanza sus cargas de profundidad menos complacientes para con su alienado público potencial. Los apodos que han arrastrado hasta entonces los personajes pasan a ser referencias geográficas de un nuevo territorio afectivo. Sus vidas empiezan a importarnos. Y lo que era únicamente diversión, se transforma en emoción.
Bienvenidos a Zombieland no es una estupenda película sólo porque haga reír a carcajadas y juegue con el subgénero de los muertos vivientes tan hábilmente como solo ha sabido hacerlo Shaun of the Dead (2004). Lo es también porque desarbola las expectativas de los espectadores a que parecía condenada, forzándoles a recordar que más allá del cine, la videoconsola y el Telepizza hay un mundo real al que no le importa que nos atrincheremos contra él; de cualquier modo, acabará encontrando el camino hasta el umbral de nuestras vidas, para exigir con rostro descompuesto alimentarse de nuestras almas.