Se adentra en un terreno en el que lo ridículo y lo superficial campa a sus anchas.
Muchos somos los que podríamos definir a Robert Luketic, artífice de este despropósito pseudoromántico, como el mejor director-adaptador de clichés. Ya demostró esa molesta preferencia con Una rubia muy legal, con eso de que las rubias son tontas, o con La madre del novio, al apostar por las suegras insufribles.
Hasta aquí dos ejemplos de los más mundanos. Lo que aún no sabíamos a ciencia cierta es que el director era capaz de pasar de la simpleza de sus propuestas a herir la sensibilidad y sentatez del espectador, arrollando de paso su inteligencia en solo noventa y seis minutos. Y vaya si lo ha conseguido.
Primero hablemos de los protagonista de su nueva cinta: él (Gerald Butler, conocido por sus papeles en 300, o la más reciente Gamer” y que con esta elección ha perdido el norte) el típico macho misógino, y ella, la codiciada chica guapa neurótica (Katherine Heigl, conocida por la serie ñoña Anatomía de Grey) en un papel que etiquetó de por vida a una Meg Ryan ya olvidada por la industria.
Pero no adelantemos acontecimientos, así que antes de lanzarnos a la yugular del director hablemos del argumento, que claro está, es la eterna guerra de sexos. La nueva novia de América -¡cuantas actrices habrán sucumbido a este sobrenombre!- interpreta a una exitosa productora de televisión que debe incluir forzosamente en su programa a Mike (Gerald Butler), un presentador grosero de ideas machistas para que el programa suba los índices de audiencia. Como cualquier comedia romántica que se precie, el odio mutuo de la pareja dará paso al consabido enamoramiento con tal previsibilidad que hará temblar los cimientos del género al que dice representar.
Dicho esto, La cruda realidad se adentra en un terreno en el que lo ridículo y lo superficial campa a sus anchas, por no decir que el límite entre lo meramente aceptable es traspasado sin remisión hasta alcanzar la auténtica vergüenza ajena. Con todos estos elementos en su contra, no nos extraña sin embargo que la comedia en cuestión arrasara en Estados Unidos. Y es que este producto de manual está milimétricamente pensado para conquistar taquillas: por un lado, la elección de su pareja protagonista es de cajón, ella aupada como la reina de las comedias románticas con 27 vestidos o lío embarazoso y otras que llegarán dado que es poco probable que pueda realizar otro tipo de papeles, y él, actor acostumbrado a repartir testosterona allá por donde va. Una apuesta clara.
Por otro, el elemento socarrón que se intuye en todo el metraje ayuda a que no sólo sean las mujeres las encargadas de arrastrar a los hombres a las salas.
Pero esta pretendida subversión acaba en saco roto y ninguna escena es capaz de salvarse de la quema. El resultado llega a ser terrorífico gracias sobre todo a un guión donde la estupidez alcanza niveles máximos de expresión, por no hablar de la misoginia que destila la cinta. Quizá alguien deba decirle a Gerald Butler que aún está a tiempo de cambiar de agente.