Con la llegada de los ochenta, el cachondeo empieza a campar por sus respetos. La pornografía empieza a ser sinónimo de humor de “culos y tetas”, sexo fácil y rápido, y por tanto, material inestimable para comedias pajilleras de usar y tirar. Tal es el caso de las “teen comedies”, recitales de gracietas hormonales para adolescentes, que hallaron en la colisión porno-juventud (el argumento era más o menos igual siempre: unos adolescentes se hacen pasar por responsables de un cásting porno para pillar) uno de los puntos más bajos y, precisamente por ello, más regocijantes de su historia. Títulos incunables como “Screen test”, “Locos de estreno”, “Glitch!” o “Se requiere desnudo” quedan, hoy día, como algunas de las manifestaciones más infames y valiosas de aquella década maldita. Entretanto, otras comedias no necesariamente adolescentes escogieron el mundo X como punto de partida, o al menos como parada de rigor en el camino hacia la carcajada: tal es el caso de la paupérrima “Locuras de Hollywood” de Ray Marsh o la curiosa “Labios de alquiler”, en la que un Robert Downey Jr. en paños menores era dirigido por su propio padre.
La década de los noventa, sin embargo, supone un retorno al enfoque más serio, a una perspectiva dramática, que aprovecha además el retrato de una época concreta, muy atractiva para la juventud. Convertida ya la pornografía en una industria más que rentable y en continuo crecimiento, guionistas y realizadores optan por volver a los orígenes –los setenta- y a los principales mitos y héroes (antihéroes) del fenómeno. Con la apoteósica “Boogie nights”, Paul Thomas Anderson se inspira en la tormentosa vida de John C. Colmes para hacer un retrato generacional de altura; el mismo actor serviría, años más tarde, de punto de partida de una nueva película, “Wonderland”, centrada en su actividad criminal. Emilio Estevez se serviría a su vez de la vida de los hermanos Mitchell, realizadores de la psicodélica “Tras la puerta verde”, para realizar un biopic, titulado aquí "Un negocio muy peligroso", tan puntualmente interesante como fallido en conjunto. Entretanto, Ginger Lynn Allen, Traci Lords, Ron Jeremy o Marilyn Chambers aguardan la película que diseccione sus respectivas vidas y los acerca un paso más a la inmortalidad. De momento, Ron Howard ha comprado los derechos de “Denial”, escalofriante biografía de Linda Lovelace, y se habla de Patricia Arquette como posible protagonista.
Más curiosa si cabe resulta la introducción del porno en el campo de la comedia “políticamente incorrecta”, con botones de muestra como “Orgazmo”, gamberrada a cargo de Trey Parker y Matt Stone –creadores de “South Park”-, o “El gurú del sexo”, alucinante mezcla de comedia romántica y musical Bollywood, que utiliza la iconografía triple X para provocar algunas de sus más conseguidas carcajadas. Y no olvidemos tampoco que el cine independiente ha abierto nuevos campos a la exploración, como el universo del porno gay visto en películas como “Hustler white” o “The fluffer”.
Tal y como hemos visto, al margen de su interés como género, la pornografía es cada vez más un universo dramático o humorístico de altura para el cine convencional. En los años setenta, algunos de los más optimistas profetas predecían un futuro próximo en el que las películas X se mezclaran en las multisalas con las cintas aptas para todos los públicos. Sus predicciones se han cumplido de una forma tangencial e imprevisible: a día de hoy, una biografía de John Holmes puede convertir en igualdad de condiciones con una sobre Charles Chaplin u Orson Welles.