A la reciente Resacón en Las Vegas le bastaba, para sobresalir de entre el pelotón de adocenadas comedias gamberras que saturan la cartelera cada temporada, con estructurar su guión como si fuese el de un film noir. Tal estrategia generaba nuevos y valiosos significados: los personajes no confirmaban sus expectativas y las del público acerca de lo que deseaban o temían; la intriga que desmadejaban les descubría y nos descubría sus auténticas idiosincrasias, evidenciando así su pereza apriorística y la nuestra, esa tendencia a dejarnos llevar por las convenciones que ha impuesto el cine popular a base de pura reiteración.
(500) días juntos es otra muestra del valor que aportan a categorías muy codificadas las variables discretas, a veces más significativas a largo plazo que las supuestamente rupturistas. El aliento creativo virgen sobre otro género tan manido como el anterior, la comedia romántica, que aportan un director (Marc Webb) y dos guionistas (Michael H. Weber y Scott Neustadter) tan respetuosos como inexpertos, forja una película que sería fácil despachar con lugares comunes tan obvios como aquellos a que se remite la ficción, pero que obliga a consideraciones más elaboradas merced a dos meritorios aspectos distintivos.
El primero y más resaltado por críticos y aficionados, atañe a la narración de la historia de amor que viven Tom (Joseph Gordon-Levitt) —un arquitecto frustrado que se gana la vida redactando mensajes para tarjetas de felicitación—, y Summer (Zooey Deschanel) —su nueva compañera de trabajo—, mediante saltos no cronológicos a lo largo de los quinientos días que, como indica el título del film, dura su relación. Una idea que no es nueva, basta con recordar Dos en la Carretera (1967), y que cumple el mismo objetivo que en el clásico de Stanley Donen: “queríamos sugerir que el pasado estaba tan vivo como el presente, nunca sabías qué era presente y qué pasado dentro de un largo período de tiempo” (Donen). Nuestra época obliga, el periodo de tiempo es en esta ocasión de año y medio…
Esa discontinuidad transmite además de modo brillante la extenuante zozobra emocional que sufre Tom, un enamorado del amor cuya filosofía choca de frente con la de Summer, traumatizada por un hecho real, el divorcio de sus padres, y reacia por tanto a implicarse sentimentalmente con nadie. (500) días juntos nos hace pasar como a su protagonista, y en cuestión de segundos, de la exaltación a lo depresivo, de la incertidumbre a la confianza en el futuro, de la plenitud amorosa al hartazgo.
Todo ello entre continuos golpes de ingenio y humor; mimo por los detalles; canciones como hace mucho no veíamos aplicadas en una película de manera tan pertinente; referencias cinéfilas diegéticas y extradiegéticas, como hemos dicho, transparentes, aunque de no poca carga irónica; y varias digresiones formales que nunca parecen forzadas sino improvisadas, con mención especial para el número musical que se marca un Tom eufórico al son del “You make my dreams” de Hall & Oates, cuyo desenlace es memorable.
Joseph Gordon-Levitt revalida su condición de excelente actor todoterreno, y las limitadas dotes interpretativas de la pizpireta Zooey Deschanel son aprovechadas al máximo para hacer de ella un reflejo elusivo, insatisfactorio, de las ensoñaciones inmaduras de Tom. Y es, precisamente, en el enfrentamiento entre las maneras de entender el amor por parte de sus protagonistas, donde reside el segundo aspecto singular de (500) días juntos.
Porque Tom, con su cabeza llena de canciones, películas y consejos revenidos de sus amigos, es la viva representación de la comedia romántica tal y como la entienden La cruda realidad, Qué les pasa a los hombres y muchos otros productos tópicos, empeñados en cifrar la felicidad en hallar una pareja. Mientras que Summer encarna una intención de ahondar en el tema; de hablar con realismo del amor una vez ha sucedido, cuando descubrimos que no se adapta a nuestras expectativas o, haciéndolo, está lejos de satisfacernos, o ha servido sobre todo para delatar nuestras carencias personales; las citas a Bergman o Truffaut adquieren pleno sentido más allá del guiño culterano.
Pero como (500) días juntos es una película inteligente, está lejos de ofrecer conclusiones aplastantes o consolatorias. El debate dialéctico entre Tom y Summer se cierra en falso, contradictoriamente, dejando que sea el espectador quien decida qué tipo de representaciones románticas prefiere ver en pantalla y, lo más importante: qué modelo de amor está dispuesto a vivir, pagando el precio correspondiente por ello.