El acoso escolar no es un problema reciente, sino que siempre ha existido dentro del mundo de la educación, pese a que los informativos televisivos sólo nos remitan a él en circunstancias puntuales y de un tiempo a esta parte se refieran al mismo con terminología anglosajona. Resulta por ello útil que haya producciones cinematográficas patrias que se empeñen en afrontar el tema, pese a que los resultados –pendientes de demasiados hilos– no siempre acompañen.
El realizador Josecho San Mateo, tras devaneos con comedias más o menos intrascendentes (Diario de una becaria o Atasco en la nacional) recupera el tono de su temprana Báilame el agua (2000), donde el drama predominaba sobre otro tipo de inquietudes temáticas.
En Bullying seguimos a Jordi, un adolescente que cambia de ciudad y colegio, intentando iniciar una nueva vida junto a su madre. Pero el centro de enseñanza donde recaerá le reserva desagradables sorpresas, en forma de un acoso terrible y de intensidad creciente que pondrá a prueba al protagonista en más de un sentido, obligándolo a actuar si quiere terminar con su tormento.
Son bastantes las similitudes de esta cinta con la infravalorada Cobardes (José Corbacho y Juan Cruz, 2008). Aquí tenemos también a la madre que no sabe qué hacer ante la situación de su hijo, a la amiga que sirve de apoyo moral de Jordi ante el infierno que está padeciendo, una conclusión que aboga por unos presupuestos cercanos... De todos modos, como defensa del presente título se puede argumentar que la temática tampoco da demasiado espacio para maniobras argumentales arriesgadas. Al menos si lo que se quiere es reflejar la realidad de una forma ajustada.
En general la cinta intenta transmitir la inquietud, la impotencia, la angustia y la desesperación –próximas al terror– que experimentan los sometidos en este tipo de situaciones. Las interpretaciones de los dos actores principales (Albert Carbó y Joan Carles Suau) son, en este sentido, más que correctas.
Sin embargo, pesan en el resultado la linealidad del desarrollo de la trama, que parece empeñada en crear un mero documento ilustrativo y con afán didáctico –bordeando la telerrealidad– del problema del acoso, amparándose en situaciones algo forzadas y en diálogos moralizantes, con lo que cae en los tópicos y evita afrontar una reflexión más profunda sobre las causas y consecuencias del fenómeno.
Así, se agradecen las intenciones, como decíamos al principio, pero el pulso de la historia no convence –demasiadas cosas suenan a falsas– y termina por decepcionar a quienes esperaban más del tema, que podría dar mucho de sí en la pantalla grande.