Late en la saga 'Destino Final' un intento por exorcisar la muerte y sus azarosos designios mediante su sublimación en un espectáculo cuyos mecanismos es posible desentrañar, en sintonía con un entorno sociocultural que lleva muy mal lo inevitable e ingobernable de nuestra extinción.
“¡Si no tiene guión!”, exclamaba escandalizado un crítico al terminar el pase de prensa de El Destino Final 3D. A uno lo que le escandaliza en cambio es que a estas alturas alguien que escribe sobre cine, demostrando guiarse por categorías valorativas dignas de su abuela, siga exigiéndole a una película cualidades que en ningún momento se ha propuesto ofrecer.
Y más cuando, en su primera escena, ha dejado claro las que sí nos brindará, con una honestidad y un atrevimiento que para sí quisieran muchas Palmas de Oro: dos parejas de jovencitos premeditadamente átonos ocupan sus lugares en las gradas para disfrutar de una competición automovilística. Pam (u otro nombre similar escogido por un software de escritura) se queja: “Jo, podríamos haber visto una peli en vez de este rollo”. Zack replica: “¿Vas a comparar el cine con la posibilidad de presenciar en vivo todo tipo de accidentes?” Kim: “Pero, entonces, ¿no hemos venido por la carrera?” Josh: “¿Crees que he pagado cien pavos para contemplar como se patean los coches una y otra vez el mismo circuito? ¡Estoy aquí por los derrapes, las vueltas de campana y las explosiones!”
Las plegarias de Matt (y del público) son atendidas de inmediato: el primero de los muchos y rebuscados siniestros que jalonarán el metraje provoca una carnicería entre los asistentes a la carrera. Y, aunque nuestros protagonistas y algún otro pasmarote sobrevivan gracias a la visión anticipatoria de la catástrofe que tiene uno de ellos, la Muerte se empeñará en completar el body count que había planificado en el circuito.
El grueso de El Destino Final 3D lo constituyen única y coherentemente, como sucedía en sus tres antecesoras, esa serie de tétricos enfrentamientos entre quienes, como en el cuento persa, creen que eludirán su fatum huyendo a Samarra, y la omnipresente Parca. Enfrentamientos que el director David R. Ellis (firmante asimismo de Destino Final 2) escenifica y monta con un sentido del humor y del suspense deudor a partes iguales de las Looney Tunes y las set pieces de Brian DePalma, y con una crueldad ya presente en las entregas previas que realzan sobremanera las tres dimensiones. En su crítica de la reciente San Valentín Sangriento 3D, Roberto Alcover destacaba los esfuerzos de su realizador, Patrick Lussier, por “devolver al terror su faceta más grandguiñolesca, grosera y visceral [...] de experiencia lúdica [y] morboso ensimismamiento en la imagen abyecta”. Pues bien, la cinta de Lussier es una minucia en comparación con la de Ellis, auténtica feria de atracciones sangrientas en relieve pregonada por el diálogo de apertura.
Habrá quien considere a los fans de esta saga morbosos ávidos de imágenes extremas. Pero en Destino Final y sus continuaciones late también un intento por exorcisar la muerte y sus azarosos designios mediante su conversión en un espectáculo cuya lógica puede ser desentrañada y neutralizada, en sintonía con un entorno sociocultural que lleva muy mal lo inevitable e ingobernable de nuestra extinción. Como ha escrito Asunción Bernárdez, “¿Dónde ha arrojado la cultura occidental la muerte? ¿Por el hecho de haberla alejado de lo cotidiano hemos conseguido eliminarla de nuestro universo simbólico? Al intentar ignorarla, la hemos convertido en una presencia que atraviesa nuestra cultura de modo dramático: ¿cómo se explica si no que la espectacularización de la muerte sea un tema recurrente en los medios de comunicación, el arte e incluso la publicidad?”
Dejamos para el final ese aparente desprecio por el cine a favor de otras expresiones lúdicas que manifiesta la proclama inicial de Nick y algunos han tomado al pie de la letra, pero que la propia ficción rebate ubicando su clímax en las multisalas de un centro comercial, cuyas proyecciones tridimensionales resultan ser más impactantes de lo que habrían deseado sus pobres espectadores. Se trata de un guiño cómplice que pone de manifiesto la confianza de los responsables de El Destino Final 3D en la efectividad del medio y la tecnología que gestionan, y también cierta perversidad para con quienes hemos confiado en sentir cierto alivio jugando con la muerte durante hora y media en la oscuridad. “Cuidado”, parece decirnos los últimos minutos de la película, “para soslayar lo que ves en pantalla basta con que te quites las gafas. Pero tras el rectángulo luminoso aguarda igualmente la Dama de la Guadaña. Nunca sabrás cuándo rasgará la pantalla y se precipitará sobre ti”.
Como puede apreciarse, para no tener guión, El Destino Final 3D da para consideraciones de lo más pretencioso.