Obra costumbrista centrada en el barrio de Vallbona pero que podría tratarse de cualquier barriada periférica.
El determinismo literario de finales del siglo XIX pregonaba que el destino de los personajes estaba sometido al contexto sociológico en el cual nacían y desarrollaban sus vidas. El entorno adquiría una enorme importancia así para que el curso de los acontecimientos se manifestara de una forma u otra. A tenor de la obra de Marc Recha, con cinco filmes previos al que hoy nos ocupa, parece que esos mismos parámetros ideológicos se ajustan perfectamente a la filosofía del realizador.
Con Petit indi estamos ante una obra sugerente sobre el rumbo de un adolescente, de nombre Arnau, que verá transformado su pequeño microcosmos a medida que acumule experiencias, forjadas todas ellas por el enclave en el que se ha criado. Recha sitúa la acción –si la podemos llamar así- en el barrio de Vallbona, una zona del extrarradio de Barcelona ninguneada por todo aquel que no reside en ella. El protagonista, junto a su familia, vivirá un día a día casi anémico, sólo alentado por el deseo de ver salir a su madre de la cárcel.
Desde sus títulos de crédito iniciales, unos dibujos animados naïf que dedican una simpática letanía al barrio que se describe, hasta la secuencia de apertura donde los protagonistas se reúnen alrededor de una mesa para comer, el espectador asiente complacido al manifiesto de Recha. En él, desde su fugaz retrato inaugural queda perfectamente delineada la trascendencia de cada personaje. Con apenas cuatro esbozos, muestra su excelente capacidad entomológica para la disección de una familia de inmigrantes granadinos afincados en Cataluña que sobrellevan el peso de unas vidas que han terminado por marcarse en sus rostros.
Pero es sobre Arnau donde giran todos los personajes. Cabizbajo y taciturno durante todo el metraje, el muchacho hace sin rechistar, acepta sin molestar. En todo momento, la esencia de la cinta surge de lo que concierne a Arnau y su espacio. Las excavadoras que no cesan en su labor, el tren de cercanías que baila por las vías férreas por donde transita Arnau o las carreteras que rodean la vida de la barriada forman parte inherente de la realidad fotografiada por su director.
Recha, además, consigue una magnífica dirección de actores, que se manifiesta como una suerte de coreografía improvisada, aunque todo está milimétricamente estipulado. Resulta especialmente digno de mención el trabajo de Eulàlia Ramón o el últimamente omnipresente Sergi López, que parece repetir papel una y otra vez aunque le siente como un guante. Y luego tenemos a Arnau, o a Marc Soto, aunque costará recordar su nombre no ficticio después de este debut en la gran pantalla. Como apoyo, los avatares de sus personajes están acompasados en la banda sonora por una excelente partitura, de reminiscencias jazzísticas, que le otorgan modernidad al producto.
Petit indi se revela, pues, como una obra costumbrista centrada en el barrio de Vallbona pero que podría tratarse de cualquier barriada periférica. Se convierte en el reflejo de una ciudad en constante evolución e inmisericorde con lo que deja atrás. La observación de la cotidianeidad supone su mejor baza; el enfoque del detalle y la captación del momento, cercanos a la espontaneidad documental, son su unidad de análisis. Y aquí es donde Recha logra sus mejores resultados, sólo afectados por la falta de acontecimientos que hagan avanzar el filme, dejándose arrastrar por el propio peso nihilista de la historia.