Nos mantiene en vilo durante casi dos horas de metraje, síntoma indiscutible de que no estamos ante otro thriller de usar y tirar.
"¿Estás hablando conmigo?". Sin duda esa frase ha pasado a la posteridad desde que Robert de Niro la pronunció en uno de sus films más recordados y que marcó a toda una generación. Han pasado muchos años desde que Travis Bickle paseaba su desesperación por las calles de Nueva York, pero Robert De Niro sigue eternamente ligado a ese papel.
Sin miedo a exagerar y dejándonos llevar por un entusiasmo no exento de lógica, podemos afirmar que Luis Tosar ha llegado a alcanzar niveles de máximo virtuosismo con su papel de “malamadre" en la última película de Daniel Monzón Celda 211, tocando con ambas manos el olimpo de los más grandes en un papel por el que, al igual que De Niro, será eternamente recordado.
Drama carcelario con aroma de thriller, la cinta desmonta toda creencia sobre lo poco que el cine español puede aportar al cine de género. Basta decir que nos encontramos con una de las mejores producciones del año, y con eso no nos referimos solamente al cine hecho en nuestro país. Porque todo en Celda 211 funciona a las mil maravillas: una narración trepidante, una puesta en escena gloriosa y un equipo artístico para quitarse el sombrero nos mantienen en vilo durante casi dos horas de metraje, síntoma indiscutible de que no estamos ante otro thriller de usar y tirar.
En su argumento, un motín en una cárcel desencadena toda una sucesión de acontecimientos en los que el espectador se verá irremediablemente implicado desde el principio. Debido a un accidente fortuito, Juan (Alberto Ammann toda una revelación) ejerciendo de funcionario de prisiones verá como su primer día de trabajo se convierte en un infierno. Tras pasar unos minutos inconsciente, se verá inmerso en una situación límite al tener que hacerse pasar por uno de los presos amotinados, con lo que deberá jugar bien sus cartas si quiere seguir con vida.
Elogiada en uno de los festivales más importantes como el de Venecia, Celda 211 marca un antes y un después en la vida de Daniel Monzón, crítico de cine reciclado en cineasta cuyos anteriores trabajos (El corazón del guerrero, o La caja Kovak) ya auguraban una personalidad interesada en temáticas bien distintas a lo que nos tiene acostumbrado el cine español. Para ello ha contado con uno de los guionistas más prestigiosos del panorama actual, Jorge Guerricaechevarria- guionista fetiche de Alex de la Iglesia- cuya adaptación de la novela de Francisco Pérez Gandum supera toda expectativa.
El resto ya se lo pueden imaginar dicho lo dicho: una dirección impecable digna del mejor Michael Mann -aquí se evidencia la enorme admiración de Monzón por la tradición del mejor cine de género americano- se traduce en una producción de calado contundente en la que nada o nadie es lo que parece. Toda una lección de cómo hacer las cosas elaborada con la precisión narrativa de un reloj suizo, amén de un elenco artístico (Resines, Aman, Manuel Morón) de primera clase.