Una película del oeste en la que el protagonista sólo dispara un tiro merece un respeto. La película se llama Blueberry, la experiencia secreta, y es la adaptación libérrima de un cómic de culto. Sin duda, el tebeo nunca llegó a ser tan lento como esta versión cinematográfica. Jan Kounen sigue los pasos de un hombre atormentado, un excelente Vincent Cassel, que trata de encontrar su redención a través del chamanismo. Poco más hay que buscar en esta obra extraña, psicodélica, y en la que muy pocos espectadores se sentirán cómodos.
Sin duda el realizador supera todos los prejuicios con los que un anti-francés podría afrontarla. Tanto el guión como la realización son la obra de unos entusiastas del chamanismo. La historia transcurre casi más en la mente del protagonista que en el exterior y ahorra información no siempre acertadamente. Por su parte la cámara renuncia a cualquier toma tradicional. En consecuencia, a pesar de los caballos, el desierto y las pistolas, la película no es un western. En todo caso, sería la versión francesa del western, transgesora con todas y cada una de sus normas.
El experimento llega a buen puerto al menos en dos apartados. El despliegue de medios dota a la cinta de una incuestionable riqueza visual. Además,sus personajes están bien tratados: con delicadeza, retorcimiento y criterio. Criterio, por otra parte, que posiblemente haya sido heredado del cómic. En cualquier caso, la película logra plasmar la peculiar existencia de cada uno. Los actores, empezando por la bella y solitaria Juliette Lewis y acabando por el truculento Michael Madsen, están muy bien escogidos. En el fondo, es una película de almas en pena que buscan su salvación.
A pesar de las tomas y los personajes, Blueberry, la experiencia secreta adolece del pecado más imperdonable de todos: la gente sale aburrida.