Lo que promete ser un thriller de asesinatos al uso, pese a tener todos los atributos que la enmarcan en el género, se revela como un ejercicio melodramático pausado y decadente.
Tildar a Tenderness como un filme extraño sería simplemente no hacerle la suficiente justicia pues estamos ante una de las propuestas más anómalas de los últimos meses. Cimentado sobre un insólito argumento sobre el placer del dolor, las psicologías de sus personajes proponen un juego mórbido que inquieta al espectador, todo sin un ápice de sanidad o de cordura en las encrucijadas que se plantean.
El epicentro de la historia es Lori, una adolescente de dieciséis años que practica su precoz sexualidad con hombres mayores y que, a su vez, se siente poderosamente atraída por un joven de dieciocho años que acaba de salir de la cárcel por parricidio. El joven psicópata, también con distorsionados instintos bajos, saldrá en busca de su próxima víctima. A ellos se le suma el policía que quiere dar caza al criminal, que se toma el caso como una enfermiza obsesión, rastreando los movimientos del joven hasta la extenuación. Y por si no fuera suficiente, todos los personajes restantes se dedican de forma igualmente patológica a la búsqueda de relaciones imposibles.
Pero las extravagancias también se extienden a las decisiones de su director, John Polson, realizador habitual de series siniestras como Fringe, Sin rastro o El mentalista, quien ya había conocido el sabor del gran público con El escondite. Para empezar, el peso del filme descansa sobre los advenedizos Jon Foster y Sophie Traub, dando vida a los adolescentes sedientos de acariciar el momento de la muerte, dejando a un lado a Russell Crowe, o a una desaprovechada Laura Dern, aunque su presencia de no deje de sugerir ciertos vínculos ideológicos.
No entendemos lo que habrá llevado a Russell Crowe a aceptar este rol, más apesadumbrado y lánguido que de costumbre, amén de tener su presencia limitada en pantalla a menos de la mitad de su minutaje. Parece, además, que el actor australiano carece del calado psíquico que éste nuevo personaje requería, cediendo los momentos estelares a sus inusuales compañeros. Mientras Foster, el psicópata galán adolescente, se pasea con cara comedida, Traub es quien logra realzar aceptablemente el tono llano de la función como lolita en busca de quien la consuma, en el más estricto sentido de la palabra.
Pero la acumulación de rarezas del filme no acaba ahí. Lo que promete ser un thriller de asesinatos al uso, pese a tener todos los atributos que la enmarcan en el género, se revela como un ejercicio melodramático pausado y decadente con efectos de road movie. Desde la voz en off inicial que define a dos tipos de personas –las que persiguen el dolor y las que intentan escapar de él-, se intuye que estamos delante de un producto atípico que vira repentinamente las expectativas creadas. Tenderness es así una obra que apuesta por una narración alternativa a la que debería ser. No sabemos si a Polson no le salió un ritmo más vivaz o si sus intenciones siempre marcaron un latido compungido. Con todo, el resultado no es desmerecedor. Su tensión sostenida mediante hábiles soluciones narrativas y la fuerza de lo que relata mantienen su interés como pieza de impulsos paradójicos.