Un chiste sin ritmo ni gracia, alargado desvergonzadamente hasta rellenar un metraje admisible, y rematado con un susto digno de un niño de cinco años.
Paranormal Activity es una película que podría haber realizado, literalmente, cualquiera.
Su presupuesto fue de apenas diez mil euros. Su rodaje se llevó a cabo en tan solo siete días y en un domicilio particular. Sus recursos estuvieron limitados a una cámara de vídeo y a dos actores de escasa experiencia, que, encarnando a una pareja, pasan el noventa por ciento de la película en chanclas. La historia desarrollada por el guionista y director Oren Peli versa en torno a presencias sobrenaturales y posesiones diabólicas, pero siempre jugando con las expectativas del espectador, renunciando a lo explícito.
Y su valor artístico es nulo.
Uno es consciente de que, a estas alturas, apelar al talento, el esfuerzo, el estudio y el rigor como criterios aplicables a la realización y el consumo de un objeto cultural, nos granjeará no pocas amenazas de muerte. Más que nada, por dejar desnudo al emperador, que en esta época no es otro que el lector de estas líneas. Esa criatura que ha hecho del vivir un ejercicio de hedonismo de marca blanca, y cuya única aspiración creativa pasa por gritarle al universo cuánto le realizan sus joviales actividades, a través de los innumerables medios de expresión que el progreso humano ha puesto a su servicio.
La “democratización de la cultura” era esto: la igualación de todos, “libertad tecnológica” mediante, al nivel del apenas bípedo. De ese ser cuyas fronteras intelectuales están vigiladas por Bibiana Aído, Íker Jiménez, Belén Esteban y Cristiano Ronaldo. Ese ser que, con semejantes baluartes mentales, sólo puede devolverle al mundo e-mails sobre ángeles protectores y teorías conspirativas, clips en YouTube con los eructos del retoño o las masturbaciones de la ex-novia, votaciones estrafalarias para Eurovisión y el Estado, y reinterpretaciones de productos audiovisuales ajenos mediante manipulaciones payasas y doblajes gangosos.
Paranormal Activity es la expresión cinematográfica pluscuamperfecta de esa nueva “cultura”. Un chiste sin ritmo ni gracia extendido desvergonzadamente hasta rellenar un metraje admisible, y rematado con un susto digno de un niño de cinco años. El único miedo que genera, es el que se deduce de asimilar a los cinco minutos de su visionado que todavía quedan noventa. En las entrevistas concedidas a medios españoles, Oren Peli no ha dudado en mostrarse el primer sorprendido por el éxito de su ópera prima, y en manifestar sin complejos que “nunca me he planteado ser director porque necesitas una formación que yo no poseo”.
Sólo quería divertirse. Como sólo querrá divertirse el grueso de los espectadores que corran a ver Paranormal Activity. Y no les importará demasiado, mientras lo hacen, no saber bien si reír, temblar, o bostezar ruidosamente. Muy ruidosamente. Lo que contará es su ansiada identificación con los vulgares arquetipos retratados en formato de falso vídeo doméstico, y su complicidad con el juego planteado por uno de sus pares, que les ha hablado en los únicos términos argumentales y audiovisuales que alcanzan a comprender: los del vacío más absoluto.
Porque, aunque a propósito de sus hechuras formales y los medios innovadores con que ha sido promocionada, Paranormal Activity haya sido ligada a títulos como El proyecto de la bruja de Blair, Monstruoso y REC, nunca hasta ahora habíamos percibido una disparidad tan enorme entre los contenidos intrínsecos de la obra, y el hype desplegado a su alrededor. La realización de Peli está al borde de conseguir la comunión planetaria en la nada; esa nada que Jordi Costa acaba de elevar, en un sensacional artículo, a categoría esencial de la década que ahora termina. Pensándolo bien, el único referente auténticamente válido de la película de Oren Peli puede que sea Jackass… También podría citarse Caché, de Michael Haneke; pero eso implicaría, por supuesto, reírse tanto del lector como lo han hecho la Paramount, distribuidora de Paranormal Activity, y Steven Spielberg, admirador y publicitador de la película... y ejecutivo de Paramount.
No sacamos a colación los nombres de Spielberg y la Paramount residualmente. A quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí y esté maldiciendo los desvaríos fascistoides del autor, hemos de recordarle que la broma más cruel, negra y divertida de esta historia reside en el hecho de que la polvareda levantada por Paranormal Activity ha sido perfectamente orquestada por una multinacional (¿dónde queda la “democratización tecnológica”?), que ha rescatado del cajón una película con la que no supo qué hacer durante dos años, ha alterado su desenlace por las bravas, y la ha vendido con muchísimo ingenio. Es el sino de nuestros tiempos, y seguramente del futuro: el arte, en el envoltorio. Seguiremos hablando de ello cuando se estrene Paranormal Activity 2.