Oda a los veranos calenturientos de unos chicos que aún no saben muy bien qué hacer con sus vidas.
Si cogemos la clásica película de adolescentes en fase de transición hacia la supuesta madurez, le añadimos el cliché del muchacho patito feo que acaba superando sus limitaciones, lo situamos en un parque de atracciones de los de toda la vida, y lo aliñamos con unas gotas de seriedad tendremos como resultado Adventureland, el estreno pseudo-indie de la semana. Una cinta sencilla que se toma su tiempo para contar la historia, una y mil veces contada, del chico intelectualoide y fracasado que acaba ligándose a la guapa (guapas en este caso) de la función y le pasa la mano por la cara al guaperas de turno.
Greg Mottola, quien ya obtuvo el aplauso por su anterior cinta, Supersalidos -otra vuelta de tuerca a los parámetros del mundo de los jovenzuelos en estado hormonal hiperactivo- regresa ahora con una nueva comedia muy, muy pequeña y deliberadamente lenta. Tanto es así que parece que le coja apego a sus personajes, y decida por ello tomarse su tiempo en explicarnos con todo lujo de detalles el porqué de los caracteres que desfilan entre vagonetas y tiovivos.
Otro de los aciertos de Adventureland es haber situado la acción en un recinto feriante. La alegría, las luces de neón, y las aventurillas de poca monta forman parte del día a día de su mosaico de personajes y realzan el tono, un tanto grisáceo, de la cinta. Porque el filme no se compone más que de las anécdotas romántico-festivas que para unos mozalbetes de dieciocho años suponen una vida entera. Mientras se desarrolla la tónica de vaivenes sentimentales, Mottola confirma sus ganas de rendir su particular homenaje a este subgénero, y de paso dejando que la seriedad y una cierta trascendencia hagan mella en el curso de la acción.
Y luego están los actores, auténticos valedores de la obra. Jesse Eisenberg se interpreta a sí mismo en el papel de joven apocado que descubre el mundo de las bajas pasiones -y el mundo adulto a grosso modo- y Kristen Stewart demuestra que hay un antes y un más allá de la saga vampírica que la ha encumbrado en el podio de la fama. Stewart, por eso, repite el papel de adolescente díscola con las mismas maneras a las que ya nos tiene tan acostumbrados últimamente. Unos secundarios con cierta entidad propia y el concurso especial de Ryan Reynolds, tan acartonado como siempre, rematan el grupo.
Y poco más puede decirse de esta oda a los veranos calenturientos de unos chicos que aún no saben muy bien qué hacer con sus vidas mientras se dedican a discutir con sus respectivas familias. Adventureland es un entretenimiento relajado con regusto a producto serio que funciona como filme de tarde de domingo. Sin embargo, no hay nada especialmente relevante en su historia puesto que sus limitaciones impuestas por el género al que se suscribe no la dejan avanzar sino hacia un camino muy llano. Se le admite, eso sí, cierta gracia en el planteamiento de las situaciones y en las encrucijadas que plantea la vida adolescente. Porque los dieciocho son una verdadera montaña rusa, claro.