Una ficción política despiadada y un thriller impecable, pero también una fábula existencialista muy propia de su director.
La últimas realizaciones de Roman Polanski que quien esto escribe valora como verdaderamente dignas de su renombre son Lunas de Hiel (1992) y La Muerte y la Doncella (1994). Aun admitiendo que las posteriores —La Novena Puerta (1999), El Pianista (2002), Oliver Twist (2005)— eran impecables desde el punto de vista formal y redundaban en los atractivos temas que singularizan a su autor, desprendían un halo de corrección insípida que hacía pensar en cierto agotamiento creativo.
Por eso, cuando The Ghost Writer ganó el Oso de Plata al mejor director en la última edición del Festival de Cine de Berlín, temimos que se debiera sobre todo a la solidaridad de sus colegas para con la delicada situación por la que atraviesa Polanski en estos momentos. Falsa alarma. A su nueva película le basta una sola secuencia para dejar al espectador clavado en la butaca: unos minutos iniciales en los que asistimos a la reunión mantenida por un escritor de cierto éxito (Ewan McGregor) con unos editores; estos le encargan la revisión de una supuesta autobiografía de un mandatario británico (Pierce Brosnan), ya redactada por otro negro literario fallecido en extrañas circunstancias.
La inteligencia, el humor perverso y el extraordinario sentido de la planificación y lo narrativo de que hace gala Polanski en este simple diálogo a cinco bandas en un recinto cerrado, es el anticipo de la absorbente, tenebrosa intriga que conformará el resto del metraje, ubicada mayormente en una isla estadounidense (guiño irónico, teniendo en cuenta que Polanski no puede entrar en ese país) donde el político, su esposa y asistentes, y el nuevo escritor fantasma se enclaustran para reestructurar a contrarreloj la biografía.
La película debe parte de sus méritos al ingenioso best-seller de Robert Harris en que se basa, El Poder en la Sombra. Harris, autor también de las estimables Patria y Enigma (adaptadas asimismo a la pantalla), pasó de la adoración personal hacia el primer ministro británico Tony Blair y su mujer Cherie, a la decepción causada por los años de gobierno del político laborista (1997-2007), y se desquitó con un cruel e indisimulado retrato de ambos que Polanski reproduce al pie de la letra con la ayuda de unos espléndidos Brosnan y Olivia Williams.
Pero The Ghost Writer es más que una ficción política despiadada y un thriller impecable de atinados efluvios hitchcockianos. Las azarosas idas y venidas del protagonista por un inhóspito escenario al que la fotografía de Pawel Edelman y el diseño de producción de Albrecht Konrad dotan de una atmósfera gótica, alucinada, que no desmerece respecto a la de títulos clásicos de Polanski como Macbeth (1971) y Tess (1979), perfilan sutilmente una fábula existencialista en la que resuenan las obsesiones más perdurables e inquietantes del cineasta: los espacios enrarecidos, las situaciones cuasikafkianas, el desequilibrio individual fruto de la sojuzgadora mirada ajena, la irresoluble ambigüedad que conlleva nuestra percepción subjetiva de lo real, una cierta estética del anonimato, el desarraigo y la desaparición —el planteamiento de The Ghost Writer es muy similar al de El Quimérico Inquilino (1976)—...
Cuestiones que, lejos de entorpecer el disfrute de una muestra de cine de género orgullosa de serlo (toda la filmografía de Polanski podría considerarse una reflexión sobre los géneros), son susceptibles de enriquecerlo en grado sumo para quien lo desee. Lo cierto es que, se le pida lo que se le pida a esta película, lo concede, y con generosidad.