El público adolescente y el género de suspense deben configurar una de las alianzas más seguras para la mercadotecnia cinéfila. Será por responder a alguna fase de tanteo en las técnicas de apareamiento, por aquello de buscar la proximidad entre sobresaltos que son tanto más intensos cuanto los personajes resultan más próximos, la cuestión es que el relevo en el género que durante un tiempo recogió Scream con sus escasas innovaciones –centradas simplemente en haberse adaptado sin grandes hallazgos a su tiempo–, se alargó durante muchas secuelas e imitaciones y su fin está lejos de producirse. De hecho, las ramificaciones nos llevan directos a una nueva trilogía bajo esa misma franquicia, actualmente en producción y en la que, para subrayar cuál es su público, rejuvenecerá todavía más al reparto manteniendo solo sus elementos iconográficos ya cansinos.
Con Hermandad de Sangre, lo que tenemos es una suerte de clon desganado de la variante que fue Sé lo que hiciste el último verano. El protagonismo de una hermandad universitaria aporta poco, y sus maneras son tan limitadas que, como todas las anteriores, podría aparentar en ocasiones parodiarse a sí misma (forma elegante de justificar que en su incompetencia tratando de dar miedo, dan risa).
Curiosamente –lo que dice mucho de ella– su gestación tuvo como una de sus referencias a Una Noche para Morir, cuyo éxito en taquilla (a pesar de lo rematadamente mediocre e irrelevante del producto), hizo que los productores de Hermandad se plantearan antes de su estreno cambios para no alejarse de la fórmula. Así, se dudó sobre la eliminación de algunos de sus top-less, de escenas de fiesta desenfrenada y otros detalles buscando rebajar su calificación moral para ganar en audiencia potencial. Finalmente, entendieron que sin esas aportaciones el resultado era incluso más cuestionable.
Las cosas tampoco habrían cambiado mucho. Al final, de la cinta que nos ocupa solo puede destacarse cómo se han actualizado las formas, con un enfoque y fotografía que alterna planos movidos e iluminación apagada para tratar de incrementar la sensación de verosimilitud que producciones como Rec han aportado a base de desenfoques y descontrol (una moda que empieza a agotar como método de suplir la falta de recursos restando los técnicos). Su argumento permanece intacto, devolviendo el pecado involuntariamente cometido que trata de ocultarse eligiendo la vía fácil (puro Sé lo que hicisteis...), incrementando solo la inmoralidad de varios de sus personajes como preocupante forma de contactar con el nuevo público, de subir el listón a la hora de darles una atención que, sin excesos, no lograría su poca personalidad.
La experiencia de sus guionistas, con “joyas” televisivas como Sabrina o los dibujos animados Phantom Investigators, dan por lo demás buena cuenta de sus habilidades armando el libreto a partir de Siete Mujeres Atrapadas (un slasher de principios de los 80 que algunos recuerdan con un cierto cariño, obra de un Mark Rosman formado con Brian De Palma en obras como Carrie). Aquí, sólo la “abeja reina” de la hermandad, con su frío sarcasmo y absurdo humor –que nuevamente podría darles para afirmar que hay algo de autoparodia– aporta algo a un guión que conoce el mecanismo con la misma precisión que cualquier espectador medio atento puede deducir a poco que le ponga intención: alternar amagos de susto y susto, jugar en los últimos diez minutos a la ruleta del personaje malvado (para ver entre los insospechados a quién le toca cargar con los muertos) y mostrar carne y sangre de forma alternativa.
Todo esto aquí eso se hace con especial torpeza, perdiendo la poca lógica que quedaba en el tramo final donde los personajes aparecen en escena con la desfachatez propia de la serie B más rudimentaria, dando momentos grotescos para rematar un producto cansino y olvidable. Para ser justos, como casi todo su género.