Un trabajo meramente alimenticio para dos actores como Travolta y Williams.
El castizo dicho que reza aquello de “loro viejo no aprende a hablar” viene formulado en inglés con una referencia a los canes –“no se le pueden enseñar nuevos trucos a un perro viejo”–, que es usada parcialmente para titular el estreno que aquí nos ocupa, Old dogs. Para acabar de rematar la faena, en su traducción a nuestro idioma ha entrado en liza un tercer animal, por aquello de redondear la rima tonta que ya nos indica el nivel a esperar en esta cinta de clara vocación familiar, cien por cien dentro de la tradición Disney.
Los dos protagonistas del filme son los personajes a los que dan vida –hablar de interpretar sería pecar de generosos– John Travolta y Robin Williams, dos buenos amigos y compañeros de trabajo que se encontrarán de pronto teniendo que cuidar de los inesperados mellizos del segundo, concebidos unos años atrás, durante una noche loca en la que trataba de olvidar las penas amorosas. La tarea de canguros les caerá en un momento no demasiado oportuno, a punto de cerrar un negocio de enorme importancia con una empresa nipona.
El argumento de la película, como es fácil imaginar, nos enfrenta a una serie de situaciones rocambolescas donde los dos protagonistas son tomados por los entrañables abuelitos de los repelentes chiquillos –cuando no directamente por pareja gay- teniendo además que enfrentarse a las caóticas situaciones que les deparará tener que cuidar de los prepúberes mientras se concentran en concluir la vital transacción comercial que llevan entre manos.
Eso sí, pese a todo, al final habrá que reconocer que la familia es lo más importante en la vida de cualquier persona (aunque no parecía que a los dos personajes principales les fuera demasiado mal sin ella), y que los niños en el fondo "se hacen de querer". El mismo mensaje de siempre, esta vez presentado bajo una sucesión de intentos de humor que apenas logran hacer esbozar un par de sonrisas durante toda la proyección. No se podía esperar menos de un director como Walt Becker, detrás de títulos como Van Wilder: Animal party (2002) o Cerdos salvajes (2007), donde ya contaba con Travolta encabezando el reparto.
Además de las tristes tentativas de provocar la risa fácil a los espectadores, cuando la película deriva hacia escenas más sentimentaloides la cosa toca fondo, perdiendo cualquier posible gracia que nos pudiera haber provocado anteriormente, aunque fuera por casualidad. Así pues, un trabajo meramente alimenticio para dos actores como Travolta y Williams, que a las órdenes de otro director u otro guión han sabido ofrecer mejores actuaciones. A reseñar las curiosas apariciones de Matt Dillon y el malogrado Bernie Mac, que levantan ligeramente el nivel de la historia.