A estas alturas resulta innecesario presentarle. Desde su estreno en el verano del 2001 Shrek es conocido y apreciado mundialmente. Aquel año, su arrasador éxito en taquilla y las reacciones de la crítica fueron la antesala del primer Oscar que se daba dentro de la categoría “largo de animación”.
La continuación era un paso irremediable, pero si sus creadores en la primera parte habían logrado algo especial, un tipo de humor fresco que en parte se nutría del conocimiento colectivo de los cuentos clásicos para hacer una burla amable, había que aportar algo parecido sin llegar a la redundancia. Encontrar una fórmula que hiciese de una segunda parte una nueva sorpresa dentro del conocimiento del mundo de Shrek.
Coger a un ogro, típico personaje antiestético y antagonista, y darle las riendas de la película había sido algo atrevido. Pero no era más que uno de los elementos de una cinta cohesionada que difícilmente podía encontrar de nuevo igual número de cualidades para el éxito en su continuación.
Uno de sus productores, Aron Warner, que entró en Dreamworks para trabajar en Hormigaz- tras haber ejercido de supervisor en títulos como La Tormenta de Hielo, El Crisol, o Titanic entre muchas otras- cuenta cómo planificando Shrek 2 vivían en una permanente obsesión en torno a una pregunta: “¿Esto es divertido? ¿Es sincero? ¿Dice tantas cosas como decía la primera película?”. El tipo de preguntas que una secuela que busca sencillamente ampliar rentabilidad, olvida por sistema.
Es una tesis en la que abunda su director y guionista. Un Andrew Adamson que debutó en dirección con la primera Shrek -casi nada- si bien antes había acumulado experiencia en el terreno de los efectos visuales (en cintas como Mentiras verdaderas, Batman Forever, Batman y Robin...) además de en multiples anuncios publicitarios, varios de ellos para Video Images Ltd como diseñador gráfico.
Sobre este reto, decía encontrarse sin salida ante el cierre de la entrega anterior, que venía a ser el típico desenlace perfecto de cuento: la pareja protagonista camina a su unión de cuento de hadas en que vivir felices para siempre.
Pero ahí acabó encontrando un nuevo elemento con el que socavar los cimientos de la lógica del tópico, golpearlo a base de realidad cotidiana y darle así una inyección de humanidad con que acercarse al público. “Me puse a pensar en lo que pasa después de casarse, en la idea de que no sólo te casas con tu esposa sino con toda su familia”.
Ahí tenía la trama, el encuentro con los suegros y un nuevo tipo de problemática ajena a los enfrentamientos con dragones y ominosos enemigos. Además el escenario no podía ser mejor: ‘el reino de muy muy lejos’, inspirado en Beverly Hills como símbolo de todo aquello contrario a lo que la naturaleza de Shrek desprendía.