Luces de neón, mujeres voluptuosas, velocidad y riesgo. El cóctel ideal para el amante del tunning, ese arte del enmiendo que en nombre de la exclusividad llega a cotas inalcanzables de horterada sonrojante. Pero partimos de que esto es un mundo propio, no demasiado lejano por desgracia -ya saben, hay otros mundos, pero todos están en este- y que con excesiva regularidad innunda nuestras calles de martilleos rítmicos de pretensión musical, en lo que es otro pilar de esta horda de alucinadillos del motor.
Con semejantes gustos musicales y estilo -generoso calificativo-, poco juicio más habría que hacer sobre una película fruto de estudio de mercado para contentar a un público homogéneo, y que poco va a darse a las críticas cinéfilas. Toda reflexión que ellos hagan -aparte de que para ellos la reflexión es flexión doble en el gimnasio, previo paso por esteroide- se hace de forma coetánea a la película y en voz alta, jaleando los obvios estímulos visuales dispuestos ya que después estarán demasiado ocupados en cómo hacer la salida más impactante del cine, en nueva confusión de relevancia y acaparamiento de atención.
Más allá de un análisis sociológico preocupante, lo cierto es que hay poco que decir sobre tan previsible ingnominia. Insulto a la inteligencia y a todos aquellos que una vez hicieron buen cine, mancha el proyector de residuos descerebrados, con las poses chulescas, los comportamientos de pendenciero de discoteca "tripi" con físicos de actor de cine, y ello por medio de un no-guión que discurre demasiadas veces en el estricto ámbito de la apología de la conducción temeraria (ya han caído varios inspirados por su argumento, posiblemente refrendando la teoría de la selección natural).
Concluyamos con el dato más demoledor de cara al surrealismo: el nombre del realizador, John Singleton, habitual de las películas reflexivas de opresión afroamericana que en su momento recibió sendas nominaciones a Oscar que por dignidad moral habría que revocarle. Su forma de venderse a una pretensión industrial, le hunde en saco de estiércol en que manchar toda su trayectoria así como los rasgos que en un principio había defendido. Por lo demás, este videojuego de sala grande ahorra esfuerzos y habilidad -los amantes de las bits, atentos al Mindnight Club II-, dando alimento a las pasiones simplistas de quienes defienden una cultura propia en el único lugar en que pueden hacerlo: sus 4 bravuconadas de machito de correccional demandando productos unineuronales.