Lo que podía haber sido una mordaz mirada al microcosmos hollywoodiense queda sepultado bajo toneladas de tópicos.
Los entresijos de la gran industria cinematográfica estadounidense son una apasionante fuente de historias. La cantidad de gente implicada en cada nuevo proyecto, así como los choques de poder entre los productores de las cintas y quienes pretenden plasmar en la pantalla sus ideas con la máxima fidelidad posible –léase guionistas o directores–, por sólo nombrar dos aspectos, a buen seguro que han dejado anécdotas infinitas que, narradas de un modo eficaz, podrían mover a la sátira o a la carcajada.
La historia del cine cuenta con productos que nos han sumergido de un modo apasionante en ese mundillo. Desde El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) a otras más recientes como El juego de Hollywood (Robert Altman, 1991), ha sido posible hacer un análisis concienzudo de los tejemanejes detrás de las cámaras. Desde una perspectiva más modesta, también Ed Wood (Tim Burton, 1994) o Vivir rodando (Tom DiCillo, 1995) sabían encontrar oro dentro de un campo de cultivo que se abona solo.
Sin embargo, en Algo pasa en Hollywood predomina la abulia. Un director como Barry Levinson, que no ha pasado nunca de ser un mero artesano, un ilustrador medianamente hábil de los libretos que caen en sus manos, es incapaz de insuflar vida a un guión escrito por el productor Art Linson, basándose en su propio libro de memorias. Una película que podría haber cubierto mucho más terreno se limita, no obstante, a lidiar durante todo su metraje con un pequeño puñado de ocurrencias que apenas despiertan el interés del espectador durante unos minutos.
Los principales problemas que deberá solventar el sufrido productor al que da vida Robert De Niro tienen que ver con un director que no quiere cambiar el incómodo final de su última película –por integridad profesional, aunque ello suponga cometer suicidio en la taquilla–, y también con un actor que se niega a afeitarse una barba que ha estado cuidando durante meses, pese a que su imagen no encaje con la que se supone que debe tener la estrella de un importante título de acción. Además rondan por allí agentes, directivos y demás gente de mal vivir dentro del mundillo del séptimo arte, así como varios familiares del protagonista.
Quien espere una comedia trufada de ingeniosas idas y venidas, malentendidos chistosos y enredos diversos –algo así como una Balas sobre Broadway (Woody Allen, 1994) extrapolada al mundo del cine actual– saldrá francamente decepcionado de la sala. Algo pasa en Hollywood tiene aires de comedia, pero sólo en contadas ocasiones mueve a la risa, quedándose en un quiero-y-no-puedo excesivamente inofensivo y soso que, eso sí, se apoya en unos cuantos actores de renombre (Bruce Willis, Sean Penn) para levantar algunas escenas aisladas. Lo que podía haber sido una mordaz mirada al microcosmos hollywoodiense queda sepultado, a pesar de las buenas intenciones iniciales, bajo toneladas de tópicos y de un desarrollo plano y ramplón de la trama.