Braulio, es vecino de Jerónimo. Lo cual no quiere decir que viva precisamente cerca. Donde acaban los terrenos de Jerónimo hay unos adosados semiconstruidos, rodeados de bloques enteros de los que sólo se terminó la estructura. Él es de los pocos que tienen la vivienda relativamente habitable, con problemas regulares de suministro de agua y luz, una hipoteca a 40 años que se lleva el 70% de su sueldo y diversos desperfectos pendientes de mejora.
Cuando llaman a su puerta, se encuentra despierto. No puede dormir pensando que en unos meses podría estar en el paro, planteándose cómo cumplir con los pagos de la hipoteca o cómo llegará a pagarla algún día si esta ya se extendía por toda su proyectada vida laboral… y en breve podría no tener trabajo: vivía de los azulejos que producía su empresa. Que iban a parar a casas como la suya. Y ya no se hacen casas. Sobran.
-Buenas noches. ¿Braulio?
-Buenas noches. ¿Quién es usted? ¿Le parecen horas?
-Mi nombre no le importa. Y no se tome confianzas. Ladrón. – En ese punto Braulio no parece haberlo escuchado bien, por lo que ni se muestra indignado – Represento a la Asociación Agrícola Española. ¿Ha estado usted comiendo naranjas, me equivoco?
-¿Yo? Pero si la última vez que compramos naranjas fue hace dos meses, y se las comió mi mujer… a mí me dan acidez y me parecen carísimas. Y si pregunta por ella, estamos divorciados. Se quedó con mi anterior casa porque ella iba a cuidar a los hijos… aunque no tenemos. Cosas raras del sistema judicial. Y he de pagarle una pensión compensatoria porque ella no quería trabajar y quería ser ama de casa… hasta que un día quiso liberarse, o algo así, el yugo machista opresor que consistía en que yo trabajaba y ella vivía de mi sueldo… total que dijo que se iba. Pero con mi dinero.
-No me haga perder el tiempo. En todo caso usted vio cómo se las comía. Y hay algo más: pasa usted diariamente por la huerta de Jerónimo, las ve a diario y no paga por ello…
-¿Por verlas?
-Y porque una vez en el pasado comió… y recuerda su sabor. Además, teniéndolas tan cerca, en cualquier momento podría usted robarlas…
-¡Pero si me dan acidez!
-Ya, como si eso fuera un obstáculo para robarlas. Ha de satisfacer usted un canon, porque está usted expoliando a Jerónimo, golpeando duramente a la industria de la naranja y acabando con el sector de la alimentación. En el futuro, la humanidad morirá de hambre por usted…
-Por… por… ¿ver las naranjas? ¿por recordar su sabor?
-Sí, pero con este canon podremos arreglarlo…
-Que… me cobra para financiar las naranjas de Braulio…
-No, de hecho no. Le cobramos por si usted quisiera robarlas, pero a Braulio no le va a llegar mucho. Vaya, cuando salga de aquí, ya que me pilla de paso, le lanzaré una moneda si tengo suelta, o le tiraré el ambientador del coche, para que le llegue algo. Luego hay una parte que me la llevo yo por las gestiones, al fin y al cabo yo soy el que viene a su casa y le llama ladrón, trámites procedimentales. El resto se distribuye entre la asociación agrícola española de acuerdo con la lista que tenemos elaborada de mayores distribuidores realizada atendiendo a quién lleva más naranjas al mercado. No lo necesitan por su posición de dominio, pero un extra nunca va mal.
-Eh… ¿y entonces dice que yo podré robar naranjas por pagarle el canon por robar naranjas?
-¡Será usted ladrón y delincuente! ¡por Dios, no!¡quiere usted matar a la industria! ¡No! Esto es por si roba usted naranjas, pero si las roba, le quitaremos la luz, para que no pueda comérselas por estar a oscuras.
-¿Cómo?
-Sí, de hecho, como su pregunta le hace parecer sospechoso se la vamos a quitar repentinamente.
El amable caballero, llama por teléfono y da la orden. Apenas quince segundos después de colgar, ambos están en la oscuridad.
-Eh… oiga, no es por ser molesto, pero me ha dejado usted a oscuras.
-Lo sé, pero es la única forma de salvar las naranjas…
Postdatas:
PD: La alimentación es un bien superior a la cultura. El apelativo de cultura, aunque se escriba “kultura” no da más dignidad al ocio, que de por sí tiene suficiente dignidad. Si no se paga por lo que se consume, es insostenible producirlo. Quienes hablan de nuevas formas de negocio, deberían saber algo de negocios. Quienes disfrutan de obras de cualquier tipo, deberían mostrar más afecto por sus autores, que les brindan esos momentos especiales. Odiar a quien piensa de otra manera, aunque dé mucha rabia, es el verdadero fascismo. La actitud represora.
PD2: Uno no puede lanzarse a insultar a los clientes, aunque estos “no siempre tengan la razón”. No se puede ir siempre a por el débil, cuando este está machacado por gastos esenciales con los que ha especulado toda la economía. No se puede cobrar por si delinquen, o se estará incentivando su delincuencia. Cuando alguien paga 40 euros por una mala conexión a Internet, se supone que esta lleva aparejada algún tipo de contenido –sean o no naranjas–, y si no hay restricciones al obtenerlo, es coherente que se utilice por más que injusto para la otra parte.
PD3: A menudo la única posición acertada es la que ve lo que tiene de razonable cada una de las dos posiciones opuestas radicalmente y en lugar de profundizar en el enfrentamiento y en los motivos para la crispación, en dar el siguiente golpe al rival, busca una forma de llegar a un punto intermedio. Y alguien debe hacerlo. Más cuando autores y público deberían estar singularmente unidos, y los que se benefician de su desunión se benefician cómodamente (desde las compañías que prestan Internet, hasta los que brindan el material robado en bandeja al usuario con aspectos de buenos samaritanos, que sólo buscan un negocio atacando al que les alimenta, y echan al público contra quienes quieren tocarles su chiringuito con argumentos vergonzosos).