James Cameron vió que era el momento de retomar su aparcado y ambicioso proyecto Avatar al comprobar el resultado de las técnicas de body motion sobre el cuerpo de Andy Serkis interpretando a Gollum en la trilogía de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001 a 2003). Tras el incontestable éxito de Titanic por el cual el propio realizador se proclamó “rey del mundo” en la gala de los Óscar, Cameron sólo podía regresar con un más difícil todavía, aunque tuviese que esperar doce años para llevarlo a cabo.
La tecnología de efectos especiales ya parecía tener respuesta a la doble narración que Cameron quería plantear en su film. Trasladar las posibilidades del juego informático en línea Second Life a la gran pantalla sería posible en la medida en que se consiguiese replicar con eficacia el movimiento de los actores en cuerpos virtuales, es decir, en avatares. Cameron quería una película mitad real, mitad virtual, para lo que hubo que mejorar software, hardware y técnicas de renderización existentes en una nueva versión llamada perfomance motion. Cuatrocientos millones de dólares han sido necesarios para el avance.
Avatar narra la aventura del marine Jake Sully (Samuel Worthington) al introducirse en el cuerpo de un Na'vi de cerca de tres metros de altura adaptado a la atmósfera y modo de vida de Pandora. Jake, impedido de las dos piernas entre los humanos, disfruta de un cuerpo perfecto en Pandora, a la vez que descubre las maravillas de un planeta donde sus habitantes viven en total armonía con su entorno natural. Para ello tiene tres meses en los que conseguir información acerca del poblado Na´vi, codiciado por los humanos al encontrarse encima del yacimiento de un valiosísimo mineral.
Cameron es un habílisimo guionista. Mezclando temáticas de varias de las cintas de mayor éxito de los últimos años construye un guión muy previsible pero que toca todos y cada uno de lo resortes más eficaces para contentar al público. Así, Avatar es un ingenioso cóctel de las mejores bazas de Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990), Parque jurásico (Steven Spielberg, 1993), Braveheart (Mel Gibson, 1995) y sus propios éxitos Aliens (1986), Abyss (1989) y Terminator 2 (1991). Coloca cada pieza en su sitio para que el resultado final no descontente a nadie. Se le puede achacar falta de originalidad y riesgo narrativo, pero Avatar no ha sido creada para epatar a los cinéfilos con sus hallazgos dramáticos si no para dejar boquiabiertos a los espectadores con el vigor del espectáculo de sus imágenes.
En el aspecto fílmico, el realizador procura alejarse de Robert Zemeckis, el otro virtuoso del body motion y el 3D. Si en su Cuento de Navidad (2009) Zemeckis entra en extásis con los imposibles movimientos de cámara y planos secuencia que puede conseguir debido a la ingravidez del mundo tridimensional que construye, Cameron recapacita sobre esta ilógica manera de dirigir y simula movimientos de cámara físicos (temblores, zooms improvisados) que alienten en el espectador la sensación de realidad cuando la narración se adentra en la onírica Pandora.
Si la faceta técnica es la más sobresaliente (siempre que dejemos de lado la ciencia para justificar por qué Pandora es un mundo con esas características), en la interpretativa tampoco desdeña sus bazas. Worthington ya ofrece con su rostro y físico el noventa por ciento de lo que su rol requiere, cierto grado de ingenuidad y otro tanto de agresividad. Zoe Saldanha puede pasar a la historia como la actriz más difícil de juzgar, ya que es el único personaje que no tiene correspondiente humano, aunque intuimos que dota con su voz y rasgos exóticos el glamour que su avatar requiere.
Incluir a Sigourney Weaver en el reparto como la jefa de los científicos que investigan Pandora es un guiño y una prolongación del personaje que la actriz interpretó en la saga Alien, la mítica teniente Ripley, un homenaje a la actriz y a la generación de fans de la ciencia-ficción que despertamos con la obra maestra de Ridley Scott en 1978. Por último, los eficaces Stephen Lang, Giovanni Ribisi y Michelle Rodríguez cumplen a la perfección sobre sus planos y arquetípicos roles, lamentando que el afán recaudatorio de los creadores de la cinta impida un desarrollo más profundo de sus personajes.
Aunque en toda la historia sobrevuela la utopía eco-responsable, hay que agradecer al Cameron guionista que no se exceda en las explicaciones de la misma, ni en hacer hincapié en la probable hecatombe que ha echado a perder la Tierra. El espectador anda ya suficientemente informado al respecto como para andar perdiendo minutos en estos quehaceres. Sin embargo, sí se queda corto en el tono excesivamente maniqueo de los personajes, hurtando explicaciones acerca del ser humano y su evolución que, aunque darían al traste con parte de su argumento, lo dotarían de un punto más de complejidad que sería de agradecer.
Avatar no va a resultar ni mucho menos una reinvención del cine, como tanto se ha cacareado. Es sólo un paso más en las técnicas de efectos especiales asociadas al 3D que coparán las películas en los próximos dos años, ya que todo avance tecnológico requiere un tiempo de amortización.
Avatar es sólo un gran espectáculo destinado a satisfacer el gusto y la conciencia del mayor número de espectadores posibles.