Unos personajes rígidos y antipáticos que recitan unos diálogos imposibles son los que dan vida a esta pseudo pieza de cámara.
Una hora. Eso es lo que precisa Manoel de Oliveira para construir su último filme, Singularidades de una chica rubia, un austero relato intimista con el que ha celebrado su centenario. No en vano se le denomina el director más viejo del mundo. El realizador luso ha adaptado personalmente un cuento de Eça de Queiroz a la época contemporánea y narra los infortunios de una historia de amor.
Macario, un joven apuesto, empieza un trabajo como contable en el despacho de su tío. Allí contemplará a través de la ventana a una muchacha rubia de la que quedará instantáneamente prendado. Él pretenderá casarse de inmediato con la joven pero su tío se opondrá fervientemente al matrimonio. Macario aceptará un trabajo en Cabo Verde donde hará fortuna y, a su vuelta, conseguirá finalmente el beneplácito de su tío para casarse con su amada. Pero será entonces cuando el protagonista descubrirá las singularidades de su prometida, anunciadas en el título del filme. Macario se percatará de que todo su esfuerzo ha sido en vano.
Oliveira aquí nos ofrece uno de sus teoremas más desconcertantes. No por complicado, sino todo lo contario. Por excesivamente simplista, además de teatral. Unos personajes rígidos y antipáticos que recitan unos diálogos imposibles son los que dan vida a esta pseudo pieza de cámara. El uso y abuso del plano fijo les contempla sin congraciarse con ellos, además tampoco trata de entenderlos o justificarlos. Si a estos extraños caracteres, añadimos lo inexplicables que resultan varios de los pasajes de estos escasos minutos de metraje, el reducto logra solo una sensación átona.
No se le puede negar a Oliveira cierta capacidad para seguir experimentando con el cine pese a haber sobrepasado los cien años. Demuestra una voluntad preciosista traducida en una fotografía otoñal y bellas postales lisboetas, y unas ganas de seguir relatando complejas conexiones psicológicas. Pese a su posible defensa, Singularidades de una chica rubia es un fenómeno filmado aparentemente con la mayor de las simplezas que pese a ello cae en la artificiosidad de las situaciones. Todo lo que se muestra resulta acartonado. Si bien está plasmando una historia de amor, la obra no deja poso alguno puesto que no construye ningún tipo de sentimiento.
Atrás quedan, o al menos eso parece, aquellos filmes que encerraban un misterioso encanto de lo cotidiano que siempre han caracterizado a Oliveira. Recordemos El convento o La carta por citar dos de sus ejemplos más notorios. Parece que el director haya decidido paralizar la acción en pro de un insólito ensimismamiento con la historia y consigo mismo. O quizás sea sencillamente su forma de definirse como realizador experimental.