Logra que el espectador se sumerja en los avatares cotidianos del proceso humano que plantea.
Hay films cuya mejor virtud reside en su conjugación de actores. La grandeza de vivir es uno de ellos. Se trata de una tragicomedia agridulce típicamente navideña que, consciente de ser un producto para consumo festivo, afronta con honestidad todas las limitaciones que sus parámetros predeterminados conllevan. Su estreno ha sido postergado durante dos años. Su llegada, sin embargo, resulta un tanto desafortunada por haber coincidido en cartel con obras mucho más llamativas que provocaran su invisibilidad en las salas.
La grandeza de vivir (traducción insólitamente transformada del original How about you, título tomado de una canción homónima que cantaba Judy Garland en el filme de 1941, Babes on Broadway) toma la mejor tradición anglosajona de modismos teatrales en los que la interpretación es su máximo exponencial. Hayley Atwell, a quien ya habíamos visto debutar de la mano de Woody Allen en Cassandra’s dream, se da la mano con Vanessa Redgrave, una recuperada Brenda Fricker (la inolvidable madre de Daniel-Day Lewis en Mi pie izquierdo), Imelda Staunton (otro estandarte de las tablas y cámaras británicas) y Joss Ackland. Los cuatro veteranos funcionan como puntos cardinales en torno a la joven actriz.
El conjunto erige una función verosímil y soberbia en pro de la historia, un relato otoñal de descubrimiento y realización de tono agridulce, pese a que contenga más lugares azucarados que amargos. Si bien podría ser un telefilme de sobremesa plagado de buenas intenciones y programado en ocasión de la navidad, está rodado con sobria elegancia y supera las expectativas. El desconocido Anthony Byrne brinda su segunda obra (la primera permanece inédita en España) demostrando un dominio del pulso narrativo y una buena dosis de sinceridad.
Ellie, una muchacha de estilo de vida nómada entra a trabajar en un geriátrico que regenta su hermana mayor. Pese a estar situado en un enclave privilegiado, la empresa corre el riesgo de quebrar puesto que cuatro residentes hacen la vida imposible a quienes les acompañan. Ellie tendrá que hacer frente a las circunstancias y, tras la muerte de la única anciana con la que empatiza (otra impecable intervención de Joan O’Hara), se verá sola en época de natividades con los pesos pesados de la residencia. Suyo será, por tanto, el trabajo de salir adelante con tan peculiar cuarteto cascarrabias.
Como proyecto pequeño, éste se presenta tal y como es. Conmovedor y cómico a partes iguales por un lado; predecible y sencillo hasta decir basta por otro. Pero funciona. Sólo por presenciar al equipo de sexagenarios corretear alrededor de una mesa con sus ínfulas a cuestas y tratar de dar una lección de vida –y de arte- tanto al patio de butacas como al cine de su género, ya merece una atención. Es capaz, además, de abrir la veda sentimental y arrancarle la simpatía al respetable sin caer en la fruslería almidonada, puesto que, mediante una cuidada puesta en escena, logra que el espectador se sumerja en los avatares cotidianos del proceso humano que plantea. Puede que se olvide a los pocos días de haberla visto, pero sin duda, ofrece una grata compañía durante su visionado.