Sin ánimo de entrar en cuestiones económicas o de índole político, la reciente decisión de dejar a la cadena pública sin publicidad probablemente derive en un aumento de un género habitualmente denostado por los cinéfilos: los telefilmes. Su barata producción, su relación con los sucesos de más actualidad y la posibilidad de recuperar y contratar un buen lote de estos productos a precio de ganga para que rellenen las horas vacías que dejarán los anuncios puede que supongan un resurgir de este género chico del audiovisual.
Pero ¿qué es un telefilm? La definición más breve y concisa es muy fácil de promulgar: es una película producida y realizada exclusivamente para su emisión por televisión. Entonces, ¿por qué los cinéfilos, críticos y espectadores calificamos de televisiva una película como síntoma de mala calidad? ¿Acaso no es cine también? Pues sí y no.
Desde el proyecto original y su producción, un telefilm no se prepara y rueda igual que una película. El formato de la pantalla de la televisión es más cuadrado y pequeño que el de una pantalla de cine, por lo tanto, los realizadores y directores televisivos no usan (no abusan quizá sea más adecuado) de determinados tipos de objetivo, distancias focales y tipos de plano cuyo efecto en una pantalla pequeña queda reducido a nada. Así, en un telefilm no es habitual encontrar tomas con teleobjetivo, extensas panorámicas, efectos estrobo o grandes planos generales porque sencillamente, no se ven, no se pueden apreciar.
Asimismo, en el montaje se suele hacer uso de una mezcla más picada de planos. El espectador televisivo, al estar en su casa, se puede distraer fácilmente. Un largo plano secuencia al inicio de la cinta o una conversación larga sin un animado juego de planos y contraplanos, puede provocar la huida masiva de espectadores a otras cadenas. Por eso en el montaje de telefilms se procura hacer un cambio de plano, conversación, tema o espacio físico aproximadamente cada siete segundos. Al parecer, es el tiempo medio de atención de un espectador al frente de su televisor antes de que se ponga a pensar en sus propios asuntos.
Sin embargo, el género cuenta con una virtud. Al ser de más fácil producción, son más baratos de llevar a cabo, lo que les permite abordar temas de actualidad antes de que decaiga el interés del público. Ejemplar en este sentido está siendo la labor de Tesamun, unión de las empresas Tesauro y El Mundo TV, que ha abordado en sus productos temas relacionados con la historia reciente española con éxito como Padre Coraje (Benito Zambrano, 2002) o la reciente Fago (Roberto Bodegas, 2008). Ejemplar ha sido la apuesta de RTVE con 23-F, el día más difícil del rey (Silvia Quer, 2009) con un gran seguimiento de público.
A grandes rasgos, se podría decir que las películas para la televisión están hechas para las distancias cortas, visto tanto desde el punto de vista temático, como el técnico o el emocional. No obstante, la media de calidad de estos productos no suele ser muy alta. El sentimentalismo, las emociones fáciles y ningún afán de experimentación hacen de estos productos platos de paladar sencillo, digestión fácil y sin la más mínima posibilidad de dejar huella alguna en nuestra memoria. Justo lo contrario de lo que pretende cualquier cineasta con un mínimo de criterio y ambición.