Producción que adolece muchos de los fallos consustanciales al corto como herramienta de aprendizaje.
Existen un puñado de directores, los que tienen la posibilidad de hacerlo, que no se lanzan a cualquier proyecto que se cruza en su camino. Para implicar una parte de su vida en un rodaje, necesitan algo interesante que cumpla con sus necesidades de autoría.
El cuidado que de esta manera podrían estar dando a su nombre como marca, no obstante, queda reducido en aquellos casos en los que caen en la tentación de emplearlo como cuño que estampar en todo aquel proyecto que intuyen puede darles rentabilidad, aquel que por rasgos, asociables a los suyos, lleve a su fiel público a buscar algo similar antes de su siguiente estreno.
El sello “una producción de Steven Spielberg”, es así un clásico de la mercadotecnia que se lleva estampando con desigual fortuna desde los tiempos de ET, una modalidad de la sobreexplotación que intenta jugársela al público con el “igual os gusta, pero si no, tampoco es cosa mía”.
Esta carta bajo la manga, la que permite que los creativos conviertan el Hollywood que muchos dicen detestar en su propio parqué de bolsa, en el caso concreto permitió que Número 9 dejara de ser un corto nominado a Óscar, un trabajo artesanal, para ser una película industrial. Burton olió el dólar, vio posibilidades y no dudó en invertir dinero y nombre. La colaboración de Pamela Pettler (quien había colaborado con Burton en La Novia Cadáver) para extender el libreto de Shane Acker aparentaba ser una demostración más de la vinculación del creador de Eduardo Manostijeras.
A la hora de la verdad, no obstante, nos encontramos ante una producción que adolece muchos de los fallos consustanciales al corto como herramienta de aprendizaje. A este, por su escasa duración y medios se le suele ser tratar con una generosidad desmedida hasta el punto que durante unos años ha pasado a ser en producto de moda para aquellos gafapastas que querían llegar un paso más allá en su vana ilustración. El problema es que incluso la más corta de las historias debería ser algo más que una demostración de lo que uno quiere ser de mayor, un escaparate para el lucimiento de supuestas medallas esperando la contratación. Porque sí, Acker merece un puesto por lo hecho y exhibido, pero difícilmente sea el puesto de director –sin desmerecer los oficios técnicos– y mucho menos el de contador de historias, verdadera esencia del cine.
En su lugar, Número 9 nos expone las andanzas insípidas de unos muñecos de trapo demasiado justos de carisma y con personalidad simplemente trazada, para llevarnos a un mundo apocalíptico poco seductor para los tiempos que corren. De los actuales jinetes del Apocalipsis (ecologismo, zombies, rebelión de las máquinas) se sube al tercero con desgana, y a partir de ahí avanza a trompicones con tan poco rumbo como la voz en off parece confesar al final, tras su disparatado –con la excusa de la abstracción, cosas de lo conceptual– desenlace. Escuchar con desgana en el “epitafio” de la cinta, en el tramo en que los torpes no han podido explicar lo que debían, el reconocimiento de que no sabe que sucederá en un futuro “que nos pertenece”, además de proclama barata muy apropiada para estos tiempos (algo que Terminator 3, en su mejor aportación, aplastó respecto al antropocentrismo propio de la segunda parte) es una confesión adicional de la mediocridad de la propuesta.
En todo caso, los fans de la animación, del Apocalipsis como lugar común y jóvenes poco exigentes sobrados de tiempo pueden acompañar al muñeco de trapo ajenos a sus asperezas y a lo futil de su mensaje. El resto mejor seguirán esperando a ver si los delirios de Burton fertilizan la tierra de Alicia, punto de reunión que aparenta ser mucho más adecuado si en el 2010 no nos decepciona.