Faltan dedos de la mano para enumerar los momentos plagados de artificialidad.
Un título tan evocador como El cónsul de Sodoma resulta toda una declaración de intenciones. Ya en la primera secuencia y con los títulos de inicio aún desfilando en pantalla, el protagonista busca una mirada furtiva entre los hombres asistentes a una especie de reunión que le prometa un desahogo sexual. Esa será la tónica de todo su metraje, que expone el recorrido por la vida del malogrado poeta homosexual Jaime Gil de Biedma, quien, a pesar de contar con una obra literaria más bien escasa, ha gozado de suficiente trascendencia.
El filme cuenta con ingredientes para servirse del interés del público: relata un tramo del período franquista en la Barcelona de los años 60, muestra un buen abanico de escenas de cama de las que no tienen pudores y cuenta con un actor que siempre es garantía de solvencia, Jordi Mollá, y una actriz que despertará curiosidad para el aficionado (Bimba Bosé en su primera incursión delante de las cámaras). Además, unas gotas de controversia mediática siempre resultan ser el aliño perfecto para la promoción de cualquier producto. En ese sentido, el escritor Juan Marsé, cuya estrecha amistad con Gil de Biedma aflora en al filme, ha puesto el grito en el cielo tras haber visionado el biopic.
Pero detalles amarillos aparte, lo cierto es que El cónsul de Sodoma pretende ser una recreación cercana de quien fue el poeta y acaba por ceder a las banalidades de signo sexual que se reiteran durante toda la obra. El director, Sigfrid Monleón, ha apostado por dar rienda suelta al destape (todos los personajes del filme parecen ser bisexuales enfebrecidos) y encamamiento de sus protagonistas, amén de ofrecer una bonita colección de miembros viriles y bustos turgentes.
En el otro lado de la balanza, encontramos la otra gran aportación: una ambientación llena de atrezzos coloristas y de filtros de tonos saturados para otorgar a la historia cierto aire de sofisticación clásica. Y en medio de unas imágenes filmadas con esmero y la profusión de cuerpos desnudos, tenemos a un más que notable Mollá, cuyos ojos parecen tener el caliz de la transparencia aunque ofrezca, de igual modo, ciertos momentos de socarronería incomprensible. Bosé, por su parte, confirma la sospecha de que su poca fotogenia y su rigidez frenan su rol, que aquí se concreta travestida de madre liberada y desinhibida, como musa de Gil de Biedma/Mollá, con quien mantuvo un apasionado romance.
Alrededor de ambos es un placer comprobar el buen estado de los actores secundarios patrios. Vicky Peña, Juli Mira o Alex Brendemühl, por citar sólo tres ejemplos, resultan un soberbio acierto.
Con todo ello, Monleón, quien también ha colaborado en el guión, filma con arritmia el paso de los años del poeta e introduce unas líneas de texto hiperliterarias que fascinan y provocan rechazo a la par. Mientras que su libreto se las da de grandilocuente y culto, la historia no deja de ser una biografía convencional y plana, llena de retazos reiterados, aunque correctamente contada y mejor interpretada. Los ambientes carecen de vida y faltan dedos de la mano para enumerar los momentos plagados de artificialidad. Pese a ello, hay que admitirle un bello envoltorio y no pocos alicientes para ser un curioso entretenimiento.