Una historia para público bienpensante sin ánimo de complicaciones.
De nuevo un melodrama afectivo y familiar, esta vez de la mano de Nick Cassavettes, un auténtico experto en el género que ya hizo moquear a la platea con la célebre El diario de Noa (2004). El director también es coautor del guión, que firma junto a Jeremy Leven, el que fuera director de Don Juan DeMarco (1994) tras la que no ha vuelto a repetir como realizador.
El argumento, basado en una novela de Jodi Picoult, parte de una premisa muy interesante y muy norteamericana, siendo este el país que presume del mayor nivel de libertades y de abogados para defenderlas. Una niña de once años concebida in vitro por sus padres para salvar con sus donaciones a la hermana mayor, decide demandarlos por ese uso de su cuerpo en contra de su voluntad. Lo que a priori se antoja como un actualísimo drama sobre los avances de la ciencia y el debate ético acerca de el uso de determinadas técnicas médicas, se queda en nada al poco de comenzar la proyección.
Desde la almibarada fotografía de Caleb Deschanel, hasta el rosario de canciones y momentos emotivos en clave de videoclip (incluso el ya vetusto momento del fotomatón, una antigualla del cine de los 80), pasando por los diálogos dulcemente trascendentes, todo en la cinta huele a rancio, a cliché, a camino trillado, a excusa para reventar los lagrimales de un público complaciente.
El recurso inicial del prisma de voces en off para presentar los personajes y la trama, que podría haber dado lugar a un interesante perfil narrativo de la historia, pronto desaparece para dar paso a un batiburrillo de narración en presente y pasado, con flash-backs desordenados que construyen la trampa argumental ideada para engañar al espectador, ocultándole la información necesaria para que el giro final de la película sea efectivo. Y efectista.
El anodino espectáculo fílmico se salva con un reparto que se esfuerza en sus trabajos: Abigail Breslin, la sorprendente niña de Pequeña Miss Sunshine (J. Dayton y V. Faris, 2006), mantiene buena parte de su frescura. Cameron Díaz consigue ejecutar sin problemas un segundo papel alejado de su perfil sexy tras la fallida The Box (Richard Kelly, 2009). La película crece con la aparición de dos secundarios lujosos: Alec Baldwin confirmando su buen momento profesional en la encarnación del abogado que ayuda a Anne en su demanda y, sobre todo, una muy avejentada Joan Cusack en un rol serio de jueza, poco habitual en ella, que logra levantar el nivel de la cinta un par de puntos cuando aparece en pantalla.
Por lo demás, una historia para público bienpensante sin ánimo de complicaciones, donde no encontrarán ni un sólo personaje ambiguo o negativo y que servirá de bálsamo para todos los que alguna vez se han sacrificado por el bien de un ser querido.