Hay que empezar a reconocerle al guionista y director Jason Reitman una mirada privilegiada a la hora de analizar las convulsiones sociales y emocionales de nuestro presente.
Ilustra los créditos iniciales de Up in the Air la canción This land is your land, con la que Woody Guthrie diese voz hace setenta años a los braceros, los desempleados, la gente corriente; aquellos para quienes los Estados Unidos han sido una tierra que merecía la pena habitar, aunque Guthrie dejase claro que ello siempre les costaría sangre, sudor y lágrimas.
La inclusión de ese tema por parte del director y guionista Jason Reitman constituye la primera de las muchas ironías que jalonan Up in the Air: las tierras norteamericanas que vemos mientras suena la música compuesta por Guthrie están filmadas desde cientos, miles de kilómetros de altura, en sintonía con el punto de vista preferido y la filosofía del protagonista de la película, Ryan Bingham, papel fascinante que propicia la mejor interpretación de George Clooney hasta la fecha.
Ryan se gana la vida volando compulsivamente de una punta a otra de Estados Unidos para despedir a trabajadores de manera organizada, neutra y provechosa, algo que no pueden garantizar los patronos que contratan sus servicios. Y no siente remordimientos por ello. Es más, Ryan cree sinceramente que, al echar a alguien a la calle, le está haciendo un favor, ya que le brinda la oportunidad de empezar de cero, soltar lastre y consagrarse en exclusiva a sí mismo, justo lo que él hace a diario.
Ryan es, en puridad, el no-personaje que el cine de Hollywood ha estado perfilando desde el narrador (Edward Norton) de El Club de la Lucha (1999), aunque sin la esquizofrenia milenarista que simbolizase Tyler Durden (Brad Pitt) en el clásico de Fincher. Libre ya de anacrónicas angustias existenciales, Ryan es el inquilino perfecto del no-lugar en que hemos convertido el mundo al desposeerlo de cualquier sustancia y gravedad, al preferir habitar coordenadas virtuales y espacios de tránsito antes que la inclemente realidad a que solían remitirse.
Up in the Air cuenta en clave tragicómica el progresivo descubrimiento por parte de Ryan del peaje que ha de pagarse por vivir en las nubes; a caballo entre salas de embarque, coches alquilados y habitaciones de hotel; en una hiperrealidad que conforman privilegios ejecutivos, neolenguas corporativas y distanciamiento respecto a la vida de los otros. Sus encuentros casuales con Alex (Vera Farmiga), otra adicta a su estilo de vida, y su obligada confraternización con Natalie (Anna Kendrick), una joven compañera de trabajo cuyas revolucionarias iniciativas amenazan su estatus, obligarán a Ryan a prestar atención emocional a lo real, con agridulces consecuencias.
Podría tildarse Up in the Air de fábula moralista tradicional si no fuera porque Jason Reitman se niega a dramatizar en exceso, y no sólo se ceba con su protagonista; también lo hace con ese universo tangible, plebeyo, al que Ryan pretende reincorporarse cual hijo pródigo, y en cuyos sacrificios y recompensas ya no creen ni quienes están obligados a vivirlo básicamente por no tener medios o perspectiva para escapar de él.
Reitman había dejado clara en sus previas Gracias por fumar (2005) y Juno (2007) una molicie ideológica que, tras ver Up in the Air, uno empieza a considerar privilegiada mirada sobre nuestro contexto sociohistórico. Un contexto que ha dinamitado los valores del ayer, ha perdido la capacidad de cimentar otros esperanzadores para el hoy, y mañana tan solo aspira a eliminar del todo la fricción de lo real con las armas de lo ilusorio… para quien pueda pagárselas; aparte lo anteriormente reseñado, Up in the Air es una película que analiza la coyuntura económica actual y sus convulsiones, sus causas y efectos, sus responsables y sus víctimas, de modo tan sutil como demoledor.