Pese a lo acertado del marco visual y la idoneidad de las dos figuras destacadas, la historia se hace excesivamente larga para las dos horas de metraje
Parecen estar en lo cierto quienes defienden la tesis de que, tras su divorcio de Madonna, la obra de Guy Ritchie ha vuelto a recuperar la chispa de sus primeros trabajos (Lock & stock y Snatch, cerdos y diamantes), después de dos títulos irregulares –siendo amables a la hora de evaluarlos– como Barridos por la marea o Revólver.
La reciente y resultona RocknRolla, parida ya lejos de la influencia de la diva italoamericana –de quien es bien conocido su gafe en las salas de proyección, pese a sus reiterados intentos de triunfar también allí–, supuso la mejor noticia posible para los seguidores de este realizador británico de ágil pulso cinematográfico, que emprendió a continuación la tarea de revitalizar la figura de la famosa creación de Arthur Conan Doyle que aquí nos ocupa. El éxito de su labor ha sido tal que, aún pendiente de empezar a pergeñar una posible continuación de RocknRolla (apuntada al final de la misma), ya se está hablando del reparto de Sherlock Holmes 2.
Ritchie ha afrontado el film como un intento de acudir directamente a las fuentes literarias (en los aspectos que le interesan, también es cierto) para sacudirse de encima buena parte de los falsos tópicos que sobre el personaje se han ido acumulando, después de las muchas adaptaciones de diverso tipo que a lo largo de los años nos han mostrado las aventuras de Holmes. Sin embargo, y para compensar este regreso a los orígenes, no podían faltar el exceso y el dinamismo que suele imprimir el director a sus relatos protagonizados por figuras de los bajos fondos londinenses.
Así pues, sobre un transfondo clásico pero a la vez moderno –magnífica recreación de Londres, realista y fantasmagórica a un tiempo–, el ágil montaje de Ritchie va guiándonos por una trama que sufre de algunos problemas de ritmo y de credibilidad, y que a la postre no supone sino un buen muestrario de las habilidades de este Sherlock Holmes cínico, luchador, carismático, manipulador y pendenciero, pero ante todo buen detective (no en vano las mejores escenas son aquellas en las que hace gala de sus actividades deductivas, recordándonos a ese televisivo alumno aventajado suyo llamado Gregory House). Mención especial para un Robert Downey Jr. que hace suyo a Holmes, fundiéndose con él, como casi lograba hacer también con el Tony Stark de Iron Man.
Jude Law, por su parte, supone una acertada réplica al protagonista principal, rompiendo con la imagen estandarizada por el cine del buen Doctor Watson, y sumándose a su compañero de reparto en las labores de héroe de acción moderno, además de no quedarse atrás en lo que a agudeza y mordacidad se refiere.
Pese a lo acertado del marco visual y la idoneidad de las dos figuras destacadas, hay que reseñar que la historia se hace excesivamente larga para las dos horas de metraje. Las películas de Ritchie, habitualmente entregadas a un frenesí coral, necesitan de más elementos humanos adyacentes para cobrar vida, cosa que no sucede aquí más que en contadas ocasiones. La trama se hace algo pesada y contiene demasiados recovecos innecesarios, detalle que junto a los mencionados fallos de ritmo hace que cueste bastante sumergirse de lleno en la cinta.
Se agradece que se haya puesto un ojo en las fuentes originales, y también que se haya buscado al gran público dándoles momentos espectaculares que les atraigan. Habrá quien salga indignado por la falta de respeto hacia las creaciones de Conan Doyle, aunque la mejor forma de digerir este título es tomárselo como un sano divertimento de la mano de uno de los realizadores más en forma del momento. Lástima que no pase de mero entretenimiento, y que quede fuera del Top 3 de mejores obras de Ritchie... acabando justo por encima de Revólver.