Tras su paso por los festivales de Cannes, Valladolid o Sundance, donde obtuvo prestigio para la opinión del sesudo cinéfilo y hasta un galardón en el certamen francés, llega a nuestras carteleras Amerrika. Su dirección corre a cargo de la debutante palestina Cherien Dabis, quien además se encargó del guión de esta agradable comedia basándose en la vida de su propia familia, y que enmarca dentro de un nuevo subgénero dedicado al retrato del fenómeno migratorio y de lo que éste conlleva.
Muna y su hijo, ambos palestinos, viven a la sombra de una familia uniparental, pues el marido de la heroína protagonista la abandonó por una mujer más joven y esbelta, y están sometidos a diario a los puntos de control de Cisjordania. La vida de Muna cambiará cuando reciba un permiso de trabajo y residencia para los Estados Unidos, donde vivirá con su hermana, el marido de ésta y sus hijas, e intentará encontrar un trabajo decente con el que poder acariciar el mítico sueño americano. Lejos de eso, se verá obligada a trabajar en un local de comida rápida y su hijo se topará con la xenofobia de algunos de sus compañeros de escuela.
Contrariamente a lo que pueda parecer, se trata de una comedia amable y ligera sobre la melancolía del desarraigo y su alienación, donde los protagonistas lidian con una doble dialéctica: el conflicto palestino-israelí y el miedo americano al mundo árabe, aunque siempre quede lugar para la dulzura. Y aquí es donde radica el mayor mérito de esta pequeña producción: la calidez que desprende Muna (una gran Nisreen Faour) y sus tribulaciones cotidianas no se convierten en ningún drama moral sino que dota al film de una curiosa humanidad.
Cuenta, además, con la sugerente presencia de Hiam Abbas, actriz israelí a quien ya hemos visto recientemente en Los limoneros, Paradise now, o The visitor, que guarda más de una conexión con el que hoy nos ocupa. Junto al resto del reparto saben conferir verosimilitud a cada una de las secuencias, logrando encender la empatía en el espectador.
Cierto es que muchos de sus pasajes no pueden evitar caer en el maniqueísmo, donde el uso y abuso de los prototipos campa a sus anchas. O que otros tantos están barnizados con gruesas capas de edulcorante resultando un tanto indigestos. O incluso que parece no querer herir ciertas sensibilidades bien pensantes, lo que hace que Amerrika baje varios peldaños. Sin embargo, no se le puede negar ahínco al intentar contar una historia con una narrativa de puesta en escena sencilla, encaminada a la autenticidad, y por la celebración de las circunstancias.