Material cinematográfico puesto a las órdenes de la reivindicación, de una simpleza lamentable, patética.
Si en otras ocasiones nos hemos quejado de la falta de inspiración y burdo oportunismo que rige el criterio de los distribuidores a la hora de bautizar las películas para su estreno en España, en esta ocasión tenemos que alegrarnos de que el título elegido casi sea una advertencia acerca del espectáculo que se verá a continuación.
De todos es conocida la querencia que el actor norteamericano Tim Robbins tiene por la reivindicación de causas que considera injustas. Junto a su mujer hasta hace unas semanas, la también actriz Susan Sarandon, Robbins se ha manifestado en contra la violencia, la ocupación de Iraq, la discriminación sexual y muchas otras cosas más. Pertenece a una generación de actores en la que su activismo es tanto o casi más importante que el ejercicio de su profesión, aprovechando la enorme repercusión que sus apariciones tienen sobre la opinión pública.
Una vez aterrizado en la Casa Blanca el presidente Obama y estando acaparadas ya las conocidas causas del cambio climático, el hambre en África o la deforestación amazónica por otros miembros del show-business (y aquí leáse Al Gore, Bono, Sting, Clooney...) al bueno de Robbins parece no haberle quedado mucho radio de acción y se ha erigido en el vigilante del silencio y la música, el ángel exterminador del ruido urbano.
No podemos objetar nada acerca de sus intenciones pues el cine, como cualquier otro arte, no es más que eso, una abstracción que explica o denuncia una realidad. Pero sí podemos objetarle el haberlo hecho con una falta de rigor artístico e inteligencia que habla muy poco de su verdadero compromiso con lo denunciado. Porque el material cinematográfico puesto a las órdenes de la reivindicación es de una simpleza lamentable, patética. Y cualquier aficionado al cine que tenga la desgracia de asistir a esta cinta sufrirá por el despilfarro de trabajo de actores como William Hurt, Bridget Moynahan o el propio Robbins, que ha dado muestras de su valía en las manos de Clint Eastwood (Mystic River, 2003), Steven Spielberg (La guerra de los mundos, 2005) y Frank Darabont (Cadena perpetua, 1994)
No vamos a mencionar al resto del equipo que ha participado en la cinta por darles la oportunidad de reivindicar su talento en otra ocasión. Preferimos exponer la ajustada reflexión que el excelente dramaturgo Tom Stoppard ha dejado a su paso por Madrid y que viene a explicar este afán reivindicativo de un grupo de profesionales: “Hay una cierta nostalgia de mi generación por una humanidad que no existe. Y eso tiene que ver con la densidad de población en ciudades como Londres. Porque uno puede ver muy fácilmente que la densidad de población lleva a más y más normas para evitar el caos. Y las normas propician una reducción de las libertades.”
Lástima que la lucidez de Stoppard no sea tan frecuente entre sus colegas.