La fotografía y los decorados son los únicos aspectos que logran el aprobado.
Nos hallamos ante una producción que ha llamado la atención por diversos motivos. Por un lado se trata de la película póstuma del recientemente fallecido Paul Naschy, figura de culto dentro de la cinematografía hispana, y cuya carrera ha sido objeto de varios estudios detallados y concienzudos análisis. Por otro, los responsables de la cinta no se han cansado de explicar que los 13 millones de euros que ha costado realizar La herencia Valdemar y su secuela no provienen de ningún tipo de subvención pública, algo que convierte esta especie de extraña superproducción en dos partes en un rara avis dentro del contexto presente del séptimo arte.
Finalmente, otro punto a tener en cuenta es el nivel de los actores implicados en el filme. Sin tratarse de estrellas de gran relumbrón, es innegable que intérpretes como Óscar Jaenada, Eusebio Poncela o Laia Marull cuentan en su currículum con alguna que otra película destacada. De ahí que, pese a las funestas sensaciones transmitidas por el tráiler, no hubiéramos perdido toda esperanza hacia el título que aquí nos ocupa.
La herencia Valdemar bebe de diversos relatos del escritor de terror H.P. Lovecraft, tratando de crear una atmósfera opresiva dentro una historia que se inicia cuando desaparece en extrañas circunstancias una experta en tasación de inmuebles antiguos que se había trasladado a una mansión victoriana para realizar un inventario. La investigación de la desaparición por parte de un detective dará pie a que retrocedamos en el tiempo para conocer la tragedia de Lázaro y Leonor Valdemar, el matrimonio que habitaba la misteriosa morada, con todos los ominosos sucesos que giraron alrededor de la misma.
La fotografía y los decorados son los únicos aspectos que logran el aprobado dentro de una producción que no cuenta con un guión adecuado para lograr homenajear como es debido a un novelista mítico. Poco hay de terror o de ciencia ficción –y cuando aparece no acabamos de creérnoslo, porque se ha metido con calzador– dentro de un argumento que avanza sin rumbo fijo hacia una conclusión que no es tal, ya que deja todo en el aire para redondear la historia en la secuela, a estrenar el próximo otoño (y de la que nos muestran un avance al final).
Enfrentados a una trama donde apenas ocurre nada destacable, es imposible ocultar el aburrimiento generalizado cuando las interpretaciones que presenciamos son tan desganadas como las que se agrupan aquí, con Silvia Abascal a la cabeza de la apatía, pero seguida bien de cerca por sus compañeros de reparto.
Hay que alabar que José Luis Alemán, director y guionista, haya gastado tantas energías para sacar adelante La herencia Valdemar, pero desgraciadamente las buenas intenciones no suelen ser capaces de levantar proyectos que nacen moribundos ya desde la misma mesa de escritura, y que reciben la estocada mortal en forma de nula dirección de actores o tremendos errores de ritmo. Si además algunos espectadores salen con una clara sensación de estafa por habérseles escamoteado la resolución de la historia, sólo cabe preguntarse a cuántos incautos logrará atraer a las salas la segunda parte de este gran disparate.