Allí donde en 'Las Amistades Peligrosas' se veía una escritura certera aquí asistimos a repetitivas y largas escenas.
Stephen Frears es un excelente director que tras vivir una interesante etapa en Hollywood ha regresado a su Reino Unido natal para seguir cimentando su fama de autor versátil y todoterreno. Aunque en un primer momento algunas de sus películas se apuntaban al modelo realista, reivindicador y urbano del cine británico abanderado por Ken Loach (Ábrete de Orejas, Mi Hermosa Lavandería, Café Irlándes), Frears ha variado su buen hacer también en recreaciones de época (Las Amistades Peligrosas, The Queen), adaptaciones literarias (Mary Reilly) o dramas con toque ético (Héroe por Accidente, Los Timadores).
Acompañado de nuevo por el guionista Christopher Hampton, con el que se dió a conocer internacionalmente por la adaptación de Las Amistades Peligrosas a finales de los 80, Frears se enfrenta a otro drama romántico de época con una temática muy similar a la del film que le dió prestigio. En esta ocasión, se trata del romance inducido por la madre de Chéri (Kathy Bates), prostituta rica y retirada, entre su adolescente hijo (Rupert Friend) y una colega de profesión algo más joven y todavía en activo (Michelle Pfeiffer).
Hampton como guionista está especializado en adaptaciones literarias, sobre todo de la literatura británica, aunque esta vez eche mano de una novela de la autora francesa romántica Collette. La finalidad no es otra que repetir el esquema que funcionó con tanto éxito hace veinte años, incluso teniendo en el reparto a una de las actrices que brilló con fuerza en aquella cinta. Sin embargo, el resultado no ha sido el mismo, ni de lejos.
Allí donde en Las Amistades Peligrosas se veía una escritura certera y gran variedad de secuencias cortas que tejían la alambicada trama, aquí asistimos a repetitivas y largas escenas dialogadas que, en ocasiones, subrayan lo ya visto en imágenes. Allí donde Frears concibió una puesta en escena precisa y preciosista (inolvidable la secuencia inicial de la preparación y maquillaje de Valmont encarnado por John Malkovich) aquí se convierte en apatía y desidia, con una cámara perezosa que nunca busca la interpretación en imágenes de la psicología de los personajes, ni de la época, ni de los hechos que se están narrando.
Queda la mejor parte de la cinta para el apartado interpretativo donde Michelle Pfeiffer vive el reverso de la Madame de Tourvel que interpretó en Las Amistades Peligrosas, iluminando aquí una ilustre prostituta que ve declinar su belleza por la edad y como se evapora su última esperanza de amor por un juego social que ella misma ha propiciado. Pfeiffer es una actriz muy particular, estrella sin veleidades ni gran vanidad que ha podido encontrar en este rol un significado respecto a su propia carrera cinematográfica y a la de cualquier actriz que, una vez cumplido los cuarenta, ve como los contratos y guiones interesantes desaparecen. El plano final que Frears le dedica en la cinta es especialmente estremecedor en este sentido.
Kathy Bates afronta con su habilidad natural el personaje antipático pero chispeante de la embaucadora madre. Rupert Friend aporta su delicado físico a un personaje que logra hacer creíble. En el apartado técnico, la irreprochable solvencia habitual de los profesionales británicos respecto a la ambientación, fotografía y diseño de producción.