Las mejores historias que en la actualidad están ocurriendo en el continente americano no transcurren en Los Ángeles o Nueva York, sino en países de América Latina. John Sayles ha tenido el hallazgo de encontrar un tema que yuxtapone en una misma casa los dramas de seis mujeres del primer mundo con los de una sociedad en el umbral de la pobreza.
Mientras en Traffic el director Steven Soderbergh se interna en México para hablar del tráfico de drogas, en Casa de los Babys, John Sayles hace otro tanto para hablar de la adopción de niños latinoamericanos por madres norteamericanas, para hablar en definitiva, de un tráfico de seres humanos. El planteamiento es sumamente atractivo, capaz de haber armado una gran película coral.
Seis mujeres estadounidenses residen en un motel a la espera de que se les conceda la adopción de un bebé. En torno a su espera se despliegan la vida de los mexicanos que las atienden y estafan: un niño de la calle, una hostelera, un mantenido antisistema, un parado, una limpiadora y una adolescente embarazada.
Sin embargo, al lado de este séquito de personajes no se han desarrollado un número equivalente de historias. El director se limita a presentarnos cada personaje sin desarrollar la historia de ninguno. Lo que en la primera parte de la cinta son doce promesas, no pasan de doce píldoras. El montaje trata de disimularlo saltando a cada escena de personaje en personaje, pero a partir de la segunda mitad de la película, el truco se hace evidente. A veces hablar un poco de todo el mundo sirve como excusa para al final no contar nada de nadie. El film, aun con un excelente reparto, no permite a las actrices brillar, exceptuando a Rita Moreno (West Side Story) que demuestra una vez más que es un monstruo y porque ella sola atesora los cuatro premios más importantes de la industria americana (Oscar, Emmy, Grammy y Tony).
En todo caso, el talento de John Sayles, director, guionista y editor, es incuestionable, para mayor gloria del cine independiente americano. Pocos directores varones estadounidenses son capaces de escribir y filmar un texto tan elegante sobre mujeres y mexicanos (y por supuesto, pocos son capaces de producir tantas emociones con tan sólo un millón de dólares). En el fondo, el film obtiene su vitalidad de México y sus habitantes, y se diluye con los problemas de las seis (demasiadas) norteamericanas. Entre los traumas de diván de las gringas y la vitalidad inmarcesible del país latino, Sayles se inclina, consciente o inconscientemente, por lo segundo.
Es un síntoma de la dirección a seguir. El drama con mayúsculas reside en la lucha por la supervivencia, una épica que ya no tiene lugar en Occidente a no ser que haya pistolas o terroristas por en medio. Sólo ahora Hollywood está empezando a utilizar la presa de historias que suceden al otro lado del Río Bravo. Los hispanos están ya tan presentes en Estados Unidos que difícilmente se les puede seguir negando su lugar en la fabrica de sueños. La oscarizada Traffic debe a México buena parte de su contundencia; Casa de los Babys le debe el haber salvado los muebles.