Pesadilla hecha a base de topicazos de telefilme
El ambiente previo al estreno de Precious hacía intuir que nos íbamos a encontrar con una cinta demoledora, a tenor de todos los reconocimientos que ha ido recogiendo en Estados Unidos, tanto a nivel de crítica como de premios en Sundance o nominaciones a Oscars, Globos de Oro y demás estatuillas. La base literaria –la novela Push, de Sapphire– para darle cierto prestigio a una historia que además está basada en hechos reales, así como un aire indudablemente indie, apuntaban a que podíamos esperar uno de los mejores productos fílmicos de este año.
Precious nos pone en la piel de una adolescente negra que vive en una pesadilla hecha a base de topicazos de telefilme. Aparte de vivir en Harlem (uno de los barrios más pobres de Nueva York), padece de sobrepeso, roza el analfabetismo –con el consiguiente bajo rendimiento escolar–, tiene una hija pequeña con síndrome de Down, y se ha vuelto a quedar embarazada tras ser violada por su propio padre, como ya sucediera con su primer bebé. Por si eso fuera poco, su madre es un ser terrible que descarga su ira y frustración sobre ella siempre que puede, tanto a nivel físico como emocional.
La única vía de escape de la protagonista será asistir a una escuela alternativa donde recibirá un trato especial junto a otras adolescentes que se hallan en una situación parecida a la suya. A partir de ahí seremos testigos de una historia donde se aboga por la superación personal para lograr dejar atrás las desgracias y pugnar por la consecución de nuestros sueños, por muy descabellados que puedan sonar (basta fijarse en las fantasías que pasan por la mente de la joven).
Si afrontamos el visionado de Precious sin prejuicios, encontraremos una correcta ilustración del argumento que se nos anunciaba. Lee Daniels –director también de Shadowboxer– demuestra cierta maña a la hora de articular un relato realista entrecortado, sucio y crudo, que cuenta con el mérito que de vez en cuando logra sorprendernos, pese a la linealidad que domina en otros pasajes. La interpretación de la madre de la chica a cargo de Mo’Nique es de lo mejor de la cinta, mientras que Gabourey Sidibe trata de aportar toda la expresividad que le permite su cuerpo. Tampoco faltan los momentos emocionantes que se le deben exigir a una película que desee trascender.
En el polo opuesto, un acercamiento más suspicaz nos hace preguntarnos por qué se ha decidido encumbrar tanto a un título al que, si prescindimos de ese envoltorio independiente, cuesta diferenciar de un telefilme lacrimógeno de sobremesa: no en vano produce Oprah Winfrey (algo así como la Ana Rosa Quintana o la María Teresa Campos estadounidense). La participación en un proyecto como este de Mariah Carey o Lenny Kravitz, con breves papeles muy alejados de su imagen tradicional, se diría que obedece a un hábil intento de dotar de un falso halo de filme “de culto” a una película que cumple con lo que promete, pero que obviamente ha sido sobrevalorada.